Subiste a lo alto, tomaste cautivos.
Salmo 68,19
Mi querido hermano, mi querida hermana, hoy debo interrumpirte en tu diario trajinar, en tu andar aburrido por el eterno retorno de lo mismo. No lo hago por irrespetuoso, sino porque tengo una noticia que necesitas escuchar. ¡Y claro que es urgente!
Cristo verdaderamente ha resucitado y subió a los cielos.
Cuando escuches este mensaje no endurezcas tu corazón diciendo: “¿Por qué has venido a molestarnos?” Hermano, hermana, ¿crees realmente que esto no tiene nada que ver contigo? Te equivocas porque tiene especialmente que ver contigo. La Ascensión de nuestro Señor y Salvador no tiene nada de mediático ni valor comercial. Justamente porque no es un egocéntrico que se pavonea sobre la alfombra roja. O un borracho de poder que se siente en el trono del castillo sobre las nubes, más allá del bien y del mal. ¡Nada de eso! Acaso no te acuerdas de todas esas historias que escuchaste con ingenuidad infantil y que te abrigaron el corazón: de Jesús enderezando a la viuda pobre, de Jesús bendiciendo a los niños, del Buen Pastor cargando a la oveja perdida, de Jesús reuniendo a los pecadores (¡y vaya qué pecadores!) alrededor de la mesa como en una gran reunión familiar. En todo eso, Cristo, a quien le es dado todo dominio y poder en el cielo y en la tierra – dicho en criollo: aquí y en la China – nos dio pistas de cómo él domina y como él reina: a beneficio de las criaturas que suspiran. ¿Y eso no tiene nada que ver contigo?
¡Bendito sea el Señor, nuestro Dios y Salvador, que día tras día lleva nuestras cargas! (Salmo 68,20)
Michael Nachtrab
Salmo 47,1-2.5-8; Salmo 68,1-19; Hechos 1,1-11; Efesios 1,17-23; Marcos 16,9-20; Agenda Evangélica: Apocalipsis 1,4-8