Efesios 2,8
Y por si no queda claro, Pablo se lo explicita a la comunidad de Éfeso. “No es el resultado de las propias acciones, de modo que nadie puede gloriarse de nada”.
Estoy plenamente convencido de que se produce un enorme gozo y una paz inmensa en la persona que puede concluir algo con el sentimiento de que hizo lo que tenía que hacer, y nada más. Qué profunda tranquilidad da el no esperar ningún otro reconocimiento porque el solo hecho de haberlo vivido nos aporta y colma a plenitud. A eso se refiere Jesús cuando en el evangelio de Lucas habla sobre el deber del que sirve, aquel que concluye su tarea diciéndose a sí mismo: siervos inútiles hemos sido, hicimos lo que teníamos que hacer y nada más (Lucas 17,10). Y al decirlo no hay ninguna pérdida en la autoestima ni en la valoración de uno mismo sino gratitud a Dios que lo hizo posible.
Nuestra cultura nos empuja a creer que valorarnos a nosotros mismos pasa por la búsqueda de méritos que deben ser reconocidos por los demás, que tenemos que “hacerlos valer”. Y ese camino nos lleva invariablemente a la insatisfacción, a sentir que no se nos ha reconocido lo que merecíamos.
Pablo cuida a la comunidad de caer en ese error. Si lo que hemos podido hacer lo vivimos como un don que Dios nos ha dado, lo agradeceremos con la satisfacción de quien ha recibido un regalo, y no una contraprestación o un pago que siempre amenazan con parecernos injustos.
La gratitud es parte fundamental de la paz y la plenitud.
Oscar Geymonat
Efesios 2,1-10