Zacarías 7,8-9
̶ “Yo les enseño bien a mis hijos. Les enseño a defenderse, porque en este mundo, si no te defendés estás perdido.” La señora me hablaba muy convencida sentada en su silla de mimbre bajo la sombra de un parral en un patio prolijamente barrido. ̶ “Hay que hacerse respetar” – me dijo - “yo les digo que si le pegan una cachetada que devuelvan una piña, y si les pegan con un palo que ellos peguen con un fierro.”
¡Pahh! Esta señora nunca leyó el Sermón del Monte, pensé, y traté de hacerle ver que hay otras formas de defenderse sin violencia que pueden ser muy efectivas y mucho menos destructivas.
Es la simple anécdota de una visita donde la gente se expresa y dice lo que piensa. Por brutal que parezca, eso es bueno, porque es desde la sinceridad desde donde se puede ir construyendo algo diferente, sembrando otra semilla. Pero tengamos en cuenta que este tipo de posturas es muy frecuente y conduce inevitablemente a formas violentas de relación que generan sufrimiento para todos. La propuesta de Dios es muy diferente: ser bondadosos y compasivos. ¡Qué desafío para los creyentes porque muchas veces se toma esto como debilidad! Pero sabemos que la verdadera fortaleza no está en la fuerza bruta sino en el amor. Cuando vivimos en el amor es posible practicar, enseñar y comunicar que otra forma de relacionarse es posible, que el camino de la bondad y la compasión consigue resultados a los que jamás se llega por medio de la fuerza y la violencia. Como Jesús nos dijo: “Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen, así serán hijos de su Padre que está en el cielo”. (Mateo 5,44-45)
Marcelo Nicolau
Zacarías 7,1-14