Marcos 14,26
Me parece importante que tanto Marcos como Mateo incluyan el detalle de que Jesús y sus discípulos cantaron los salmos después de cenar. De hecho, era común que la cena de la Pascua comenzara y terminara con algunos salmos. Quizás no tenían muchas ganas de cantar. O quizás era la ocasión adecuada para cantar. ¿Qué cosa mejor que cantar podían hacer en ese momento en que necesitaban relajarse, levantar el ánimo y contrarrestar pensamientos y sentimientos malignos y perjudiciales? Además, como dice la frase que muchos atribuyen a San Agustín, quien canta reza dos veces.
Los salmos que cantaron Jesús y sus discípulos pertenecían al libro de los Salmos de la Biblia Hebraica. Martín Lutero lo llamaba “La Pequeña Biblia” y era también la pequeña Biblia del propio Jesús porque contiene de manera breve y bella lo mejor que las Sagradas Escrituras tienen para ofrecer: canciones de alabanza y de acción de gracias, canciones de consuelo y canciones de lamento. Estas últimas dan al lector, cantante o suplicante palabras para expresar a Dios angustia, quebrantamiento del ánimo, desesperación e ira.
La última cena con sus discípulos no fue la última vez en que Jesús puso en su boca las palabras de un salmo. La última vez fue cuando eligió un salmo de lamento, el número 22, y gritó desde la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”
Te propongo que dejes ahora mismo lo que estés haciendo y elijas un canto de tu himnario, preferentemente uno que esté inspirado en un salmo bíblico. Invitá a otros a cantarlo con vos.
Andrés Albertsen
Marcos 14,26-31