Oseas 1,2
La infidelidad es un mal que nos hace mal por todos los lados, pero especialmente en las relaciones más íntimas. Y la relación con Dios es una relación muy íntima, de lo contrario no es nada.
Podrás pensar y decirme: “No sea extremista, pastor” como una vez me dijeron: “Se debe conservar el equilibrio. Ni poco, ni mucho. Equilibrio es la verdad” me estaba enseñando el mismo.
Sí, justamente por ese “equilibrio (“ni poco, ni mucho”) surgió ese desastre en Israel, que por miedo al extremo, o por simple comodidad y conveniencia, no se decidieron ser fieles a su Dios. – ¡No extremistas, sino fieles!
Y para poder ser fiel, primero uno debe decidirse. Para poder ser fiel a nuestro Dios uno debe decidirse a seguirlo, o sea: a hacerle caso. Y esto es lo que para muchos es muy difícil.
Para que los israelitas comprendan lo que Dios quería decirles ordenó al profeta que se case con una prostituta, así ellos podían ver “en vivo y directo” lo que ellos hacían con Dios.
Es sumamente denigrante ser “cambiado” por otra persona sin más ni menos. Es como un golpe en la cara. Para Dios eso significa tanto como que uno lo está sustituyendo por cualquier otra cosa. Es como reírse de él.
Pero, ¿no es eso lo que se hace tantas veces al no ser fiel a Dios; al no hacerle caso?
En la celebración de la presencia de Dios en la congregación de los que le pertenecen se manifiesta la fidelidad al Señor Jesucristo. Allí, cada vez que participo, me doy cuenta de que es mucho más fascinante y cautivante pertenecer a Dios y hacerle caso que no aceptar su invitación a la fidelidad.
Winfried Kaufmann
Oseas 1,1-9