Pilato tomó entonces a Jesús y mandó azotarlo. … Entonces Pilato les entregó a Jesús para que lo crucificaran, y ellos se lo llevaron.
Juan 19,1.16
Azotado, coronado de espinas, parodia de rey, ¿quién es? No se matan a los reyes, se pide rescate por ellos, se los envía lejos donde no molesten, se los mantiene vivitos y coleando para que sus súbditos sean sumisos.
Apenas un hombre humillado de mil maneras, ¿quién es?
Ya no hay debate sobre la verdad, ni sobre reinos, ¿quién es?
Nada conmueve a los sacerdotes ni a los guardianes del templo, ¿quién es?
Por fin dejan las excusas y señalan con el dedo acusador:
¡Se ha hecho pasar por Hijo de Dios! La acusación es grave y simple. ¡¿Es un fraude?!
Está a la vista el fraude. El Hijo de Dios vilipendiado por todos. No puede ser el Mesías si lo agarramos tan fácil, si no hay ángeles bajando del cielo con espadas de fuego para arremeter contra el extranjero profanador.
¿Quién es éste que está ahí?
La muerte sin remedio insiste en reclamarlo: ¡Crucifíquenlo!
¡Viva el emperador, muera el rey!
Este que está ahí no es nada, mejor que muera, ¡viva el emperador! Allá lejos en Roma, el emperador ni sabe lo que pasa y, probablemente, si lo supiera no le importaría un ápice que un loco religioso más, rebelde de rebeldía absurda, muera en una cruz. ¡Bah, uno más, qué importa!
Descubriremos, algún día, la verdad sobre el Hijo de Dios.
No lo sé, quizás mañana.
Carlos A. Duarte
Salmo 116,12-18; Éxodo 12,1-14; 1 Corintios 11,23-29; Juan 19,1-16ª; Agenda Evangélica: 1 Corintios 10,16–17