nadie conoce las acequias
ni pinta en las cuadras
el crepúsculo de las venas
es sangre del viento
en la confusa solemnidad tribal
de tanta intimidad desecha
torcer de insomnio
pasos laberintos
corazones transpirados
laderas quebradizas
frágiles escaleras
y tú eriges
la nación de un sendero
pleno de arbustos ciegos
azuzando el clamor
de taquicardia azucena
en la natural absolutez
original de las nadas
abiertas en cruces
hasta la totalidad
de los huesos
que acostumbran
las cosas
en el remolino de las sábanas
los heraldos del terror madera albas
sugieren la fortuna helada
de la rígida pena perdurable
en los confines del vértigo movedizo
solamente rejas
alicorados médanos orillas
planean la energía abanicada
espiritual medusa pulpo pájaro
en el oceánico nido espuma templo
del espanto derramado en la marea
para volar en las grietas de las plumas
¿habrá alguna isla en la llanura
para el cerro de lagos en las rutas
con destino a la península del miedo?
todos los dioses emigraron
el tercer milenio no te aguarda
te estrellaron los inviernos y las lluvias
en ningún lugar nadie te espera
refúgiate en la taquicardia de las hebras
no detengas los zaguanes de los puertos
la sordera de las dársenas partieron
aún tienen sinrazones fugitivas
pero si el estrépito desgarrara la neblina
el arco iris en despiertas aldabas del vacío
uniría el mediodía tirante de la tímida tierra
y alguna peregrina utopía de los astros
en el andarivel de los cometas y los siglos
deslumbrará los últimos colores de todos los exilios
y acaso despierten las ciegas aldabas del mundo ceniciento
con el arco iris de tu mochila en llamas.
1995