EL derecho a equivocarse
EL derecho a reír con ganas, aun donde y cuando no corresponde
EL derecho a olvidar muchas cosas y algunas reglas
EL derecho a pensar sin televisión
EL derecho a comer a deshora y todos los días
EL derecho a adorar los chocolates cuando es todavía niño y después también
EL derecho a ser o no ser rebelde de vez en cuando
EL derecho a escribir tiernas y pésimas poesías pero enamorado
EL derecho de hablar para oírse asimismo, con o sin contenido justificable
EL derecho a odiar los uniformes, la alineación y las órdenes de mando.
EL derecho a llorar con la almohada
EL derecho a dormir por avalanchas increíbles, después de noches enteras conversadas sin motivo.
EL derecho a saber la verdad para ser mejor hombre y ser mejor mujeres.
EL derecho a ser escuchado y querido sin condiciones.
EL derecho a ser puro de corazón
EL derecho a amar sin porquería ambiental.
El derecho a esperar pero habiendo comido su pan.
El derecho de conocer a Jesucristo como el mejor amigo y Señor.
Y como a la mayor parte de los adolescentes de este mundo no le son reconocidos estos derechos y los otros, oficialmente proclamados, declaramos solemnemente que los adultos quedamos en interdicción hasta nuestra conversión universal.
En vez de seguir entregándole un mundo materialista hecho de idolatría por el dinero, la pornografía y contaminación física y espiritual deberíamos reconocer la insensatez de nuestro materialismo practico, convertido en sagrado sistema de economía de mercado y generar, con los jóvenes, nuevas utopías para las nuevas generaciones.