Amós 5,4
Siempre interpretamos que la vida que promete el Señor a los que acuden a él, se remite a la vida eterna. Amós nos enseña que hay una directa relación entre “acudir al Señor” y “vivir” aquí en la tierra. El Dios en quien creemos marca nuestro estilo de vida.
Los israelitas del tiempo de Amós rendían cultos con sofisticados ritos a Dios, pero él no tenía mucho que ver con la vida cotidiana. Para eso estaban Betel y Guilgal, donde el rey Jeroboám había levantado becerros de oro. Posiblemente el modelo de éstos haya sido un dios que habían conocido en Egipto, el buey Apis. Si es así, el hecho de colocar becerros de oro en las dos ciudades adquiere una la gravedad inusitada. Porque el “dios” de Egipto, donde fueron cruelmente esclavizados y condenados a trabajos forzados, termina tomando un lugar central en la devoción del pueblo liberado. En consecuencia, el pueblo liberado de la esclavitud de Egipto, terminó esclavizando y marginando a sus semejantes. La esclavitud en Egipto ha sido un símbolo de la “no vida”, de sobrevivencia a duras penas. Ahora, el pueblo termina imponiendo la “no vida” a sus semejantes. La semilla de la no-vida consiste en “convertir la justicia en amargura y arrojar por los suelos el derecho… detestar al testigo honrado… pisotear al pobre y cobrarle impuestos de trigo… recibir soborno y hacer que el pobre pierda su causa” (vs. 7 y 10-11). Esa siembra no se cosechará sólo en el más allá, sino que lleva a la pérdida de patria y a la ruina. Antes y hoy. Poder recapacitar y acudir al Dios de la vida será para su honra y para beneficio del prójimo.
Karin Krug
Amós 5,1-17