Amós 8,11
Amós debe decirle al pueblo de Israel que Dios está cansado de que los políticos y los religiosos, todos corruptos, conduzcan así a su pueblo. No se preocupaban por la gente. Sólo tenían en vista sus propios intereses y no las penurias y problemas de aquellos que eran sus prójimos, el pueblo.
Pero, en lugar de señalar a otros, deberíamos pensar en “nuestro” prójimo. No en aquel que cayó entre los ladrones y fue auxiliado por el samaritano. Ese ya tuvo “su prójimo”. Me refiero al “nuestro”, concretamente a “tu prójimo y al mío”.
Dios nos pregunta: “¿Dónde está tu hermano?” antes de que lo matemos con nuestra indiferencia.
Amós fue un profeta enviado por Dios a anunciar el juicio también a su propio pueblo, que pensaba que ya estaba a salvo, ya había “cumplido” con Dios. Les tuvo que decir que les faltaría todo: agua, pan y aun la misma palabra de Dios, de seguir así aprovechándose de otros.
Amós no era un “justiciero social” que arremetía contra los ricos porque eran ricos, ni exaltaba a los pobres por ser pobres. Tenía que decir que Dios los castigaría con severidad por no respetar y ayudar a los que le pertenecían a él, porque él los creó a todos.
¿Y cómo está tu prójimo? Acordate: vos no lo elegís. Dios es quien te lo pone en el camino. Puede ser un pobre o un rico en cuanto a lo económico. También aquellos que tienen un buen pasar económico pueden estar viviendo en la absoluta pobreza espiritual. Creo que el todopoderoso y amoroso Dios ha puesto en nuestro camino unos cuantos que cayeron entre los ladrones, para que nosotros los subamos a nuestro burrito y los llevemos a la próxima posada, que puede ser tu comunidad de fe, donde los puedan curar de los golpes. Creo que ese es el trabajo de las congregaciones de los creyentes en Cristo.
Un buen principio es empezar a orar por nuestro prójimo, tantas veces, hasta poder orar con él. ¿Ya oraste hoy por tu prójimo?
Winfried Kaufmann
Amós 8,11-14