— ¿No es cierto que el día tiene doce horas? Pues si uno anda de día, no tropieza, porque ve la luz que hay en este mundo; pero si uno anda de noche, tropieza, porque le falta la luz.
Juan 11,9-10
Si hay algo claro que nos dejó Jesús fue que somos luz, y como tal siempre debemos alumbrar fuertemente en medio de la oscuridad para no tropezar. Pero si bien es cierto, la intensidad de esa luz depende de cómo esté nuestra relación con Dios.
Dios se encarga de poner la chispa que va a encender esa luz, pero de nosotros depende cuan intensa sea y, sobretodo, mantenerla siempre alumbrando firme, que ningún viento la pueda apagar.
En realidad, al tener a Dios en nuestro corazón marcamos la diferencia en cualquier lugar, mostrando una claridad al final del túnel oscuro, mostrando la luz a las personas que nos rodean. Pues la idea no es alumbrar para beneficiarnos sólo nosotros sino guiar y direccionar a las personas al camino adecuado, para que salgan de ese túnel, y así puedan ellos ser usados y encendidos por Dios convirtiéndose en luz.
Si tenemos esa llama, ese fuego que arde por Jesús, no nos conformaremos con poco, sino que el fuego busca engrandecerse más. Dios, al ver la necesidad y el anhelo, deposita en nosotros más de ese fuego. Pero aquellos que tienen la llama apagada, no procuran provocar esa chispa y encender la llama, sino que actúan de manera perezosa, queriendo obtener cosas, pero no haciendo nada por ellas, porque no buscan la presencia de Dios.
¡Qué mejor privilegio que ser guiado por la luz más fuerte, brillante y perfecta de todas, la cual es nuestro Señor Jesús! Vivamos siempre de su mano, siendo reflejo de su amor y su verdad, llevando esa luz a cualquier lugar del mundo. Amén.
Daniel Frankowski
Juan 11,1-16