Deuteronomio 9,2-3
Israel estaba saliendo de Egipto rumbo a la tierra prometida, después de más de 400 años de esclavitud, aun durante las gestiones de Moisés, como libertador del pueblo enviado por Dios; pasó un número de desavenencias.
Seguramente estaban felices pensando, “cuando lleguemos a la tierra prometida… cuando por fin seamos libres… cuando tengamos nuestra tierra para cultivar…”
Sin embargo, todavía tenían muchas pruebas y luchas por la cuales pasar. Una de las luchas era la de afrontar a los anaquitas que eran enormes. Algunos medían casi tres metros. Goliat, probablemente descendiente de esta raza, rebasaba los 2,70 metros de altura. Desafortunadamente, estos hombres empleaban su estatura como un medio de intimidación. Su sola apariencia asustaba a los espías israelitas. Moisés utilizó todo su poder de persuasión para convencer a su pueblo de que Dios podía manejar a aquellos gigantes. Utilizó la ilustración de Dios como un fuego consumidor, ya que ni siquiera un gigante podía hacerle frente a ese poder.
Muchas veces nosotros nos vemos enfrentados a gigantes en nuestras vidas y nos damos por vencidos aun antes de intentar conquistar la tierra prometida. No debemos olvidar que no somos huérfanos, tenemos un Padre que va delante de nosotros y nos quiere ayudar a conquistar, no porque nosotros seamos perfectos, sino porque somos sus hijos y él nos ama.
Carola Christ y Sebaldt Dietze
Deuteronomio 9,1-14