Hebreos 1,3
El Antiguo Testamento nos trae el testimonio de algunos pocos hombres que llegaron a ver la gloria de Dios. Moisés y algunos profetas han estado frente a su gloria, pero no les ha sido dado ver el rostro de Dios. Una nube, un fuego abrasador, pero ninguno vio el rostro de Dios.
Ante esta limitada percepción de Dios, impacta en el Nuevo Testamento la experiencia liberadora de Jesús con su pueblo, es el resplandor glorioso de Dios el que habita con su creación, tal como lo habían anunciado los profetas… pero con algunas diferencias importantes.
La primera diferencia radica en que la gloria de Dios sale del espacio del templo para transitar los caminos, adentrarse en los poblados, actuar directamente en la vida de las personas.
La segunda está aún más allá, el rostro de Jesús era reconocido, muchos lo habían visto actuando en favor de otros, los excluidos, los pobres, las viudas, los enfermos. Él los miró a los ojos, se conmovió con sus realidades, lloró por ellos… y todos pudieron ver en él el resplandor glorioso de Dios…
Nuestro tiempo sobrevalora la imagen y desprecia la palabra, y aunque sigue necesitando encontrarse con la mirada del otro, la del Dios de la vida,¿puede dejarse sostener por su palabra?
Dios se ha hecho parte de su creación para conmoverla, para modificarla y sostenerla con su palabra poderosa… La palabra poderosa de Dios crea y recrea, consuela, enseña, corrige…
Tú, Señor, que brillas en las tinieblas: danos, danos tu luz…
Peter Rochón
Hebreos 1,1-4