Cuando hayas cruzado el río Jordán, sobre el monte Guerizín estarán Simeón, Leví, Judá, Isacar, José y Benjamín, para bendecir al pueblo.
Deuteronomio 27,11-12
“Mire, realmente me gusta ir al culto, si puedo, todos los domingos. Y a menudo siento que lo más importante me resulta la bendición al final. Ahí siento que estoy siendo protegida. Como que me estuviera abrigando una manta cálida. Siento como que Dios me mira con su rostro brillante. Eso me hace sentir bien y me acompaña durante la nueva semana.”
Esto lo contaba una señora mayor en un grupo de la congregación, en una charla en la que tratamos el tema de la bendición. Otras comentaron experiencias parecidas. Más que antes les resulta importante bendecir a otras personas, trasmitirles la bendición de Dios: a los hijos cuando salen de viaje les desean un bendecido viaje y feliz regreso. A los ahijados les desean un bendecido nuevo año cuando cumplen años. A la amiga le desean fuerza y bendiciones ante la operación.
Anhelo tanto la bendición de Dios porque siento que la suerte no es manejable. Lo importante en la vida, nadie puede comprarlo con dinero: amor, salud, relaciones felices, vida en paz. Todo ello es bendición cuando nos es regalado por Dios. Por ello pedimos, por ello agradecemos, por eso bendecimos a otros y nos sentimos felices cuando nos bendicen.
Ven, Señor, bendícenos, que no nos dividamos, sino confesemos ser tuyos. Nunca estamos solos, siempre tuyos somos. Risa o llanto serán bendecidos. (Dieter Trautwein, 1978)
Heike Koch
Deuteronomio 27,11-26