Hebreos 10,10
¿Cuántas veces el ser humano piensa o actúa como si viviera para siempre? ¿Cuántas veces en la historia los pueblos y gobiernos erigieron “reinos eternos”, creando situaciones y estados que pretendían ser para siempre. Sin embargo, en el transcurso de los días y los tiempos, también esas situaciones personales, sociales y de poder, se transforman, cambian y nos liberan del miedo y del desánimo. Dios nos da fuerzas y sabiduría para reaccionar y cambiar lo que podemos, lo demás cambia solo, porque nada humano es definitivo.
También en relación a nuestro Dios, los sacrificios ofrecidos, nuestras vidas no son definitivas. El autor de Hebreos afirma que solamente el Crucificado, su sacrificio, es lo que nos da esperanza.
Como dice la ley de Moisés, los sacrificios apenas nos hacen recordar nuestros pecados, sin poder quitarlos. Los pecados provocan una situación sin retorno: el juicio y castigo definitivo de nuestro Dios. No podemos adelantarlo nosotros en el proceso, sino confiar plenamente, que todos aquellos que se erigen como “dioses” en nuestro mundo, o desprecian a Dios en sus criaturas y su creación, con su burla, violencia y siembra de desolación y muerte, deberán presentarse ante el juicio del Señor de la Vida. Pero eso vale también para “su pueblo”, nosotros los cristianos, cuando, tibios con respecto a la invitación y ofrecimiento de la salvación de Dios, recorremos los días de nuestra vida ocupándonos solamente de nosotros mismos, nuestro bienestar y disfrute.
Que todos deben presentarse ante el tribunal de Dios nos da paz, sabemos que no hay nada definitivo en esta tierra, y nos permite no desesperar, sino depositar la confianza solamente en Dios, en el sacrificio perdonador de Jesucristo.
Nada te turbe, nada te espante. Quien a Dios tiene nada le falta. Sólo Dios basta. (Canto y Fe Nº 430)
Everardo Stephan
Hebreos 10,1-18