Hebreos 11,27
El apóstol Pablo nos habla de la fe de Moisés. Después de muchos acontecimientos, finalmente el Faraón se vio obligado a dejar que el pueblo saliera. La salida se asemeja más a una fuga, que a una victoria. Extraño parece el hecho de que los fugitivos se encaminaran en dirección al desierto en lugar de seguir el camino más corto. ¡Pero los ojos de Dios realmente visualizan más lejos! Y es eso que la fe de Moisés percibe. El camino que a nuestros ojos parece ser el más difícil, muchas veces se revela como el camino de Dios.
Este pueblo es descendiente de Abraham. Es el pueblo que, por culpa propia y ajena, cayó en la esclavitud. Dios, a pesar de todo, escuchó su clamor y a través del liderazgo organizador de Moisés, lo libertó y ahora lo colocó en camino, rumbo a la tierra prometida. Un camino, desde el punto de vista humano, muy absurdo, debido al desvío. Pero, ante los ojos de la fe, sobre todo, un camino guiado por lo divino.
En este camino, arriesgado, desconocido, inseguro y peligroso, el pueblo no está abandonado. Dios - que lo libertó de la esclavitud hacia la libertad, de la muerte para la vida - no se olvida de él. Y Dios va adelante: en una columna de nube para indicarles el camino durante el día, en una columna de fuego para iluminarles el camino por la noche.
Siguiendo a ese Dios, que va en frente a nosotros, surgirán señales concretas de lo eterno en nuestro medio. Dios se manifiesta con aquel que abre el camino hacia una nueva vida.
Oremos: El Señor es la fuerza de su pueblo, su gran libertador; tú le haces vivir en confianza, seguro en tu poder. (Canto y Fe Nº 217)
Osmar Lessing
Hebreos 11,23–31