Juan 20,20
La resurrección posibilita y nos desafía a un salto de nuestra fe. Eso fue justamente lo que experimentaron los discípulos en el encuentro con el Resucitado que narra el texto de hoy.
Jesús irrumpe en medio de aquel grupo temeroso, decepcionado y desorientado por la muerte de su maestro, y les muestra las manos y el costado, es decir, los signos del sufrimiento y de la cruz. Y es allí, a partir de las marcas del dolor, que los discípulos lo reconocen, ya no con la tristeza de la cruz, sino con la alegría de la resurrección.
Precisamente ese es el salto de fe al que se nos convoca: poder descubrir en las marcas de nuestros dolores pasados y presentes no sólo una pesada cruz, sino también la señal de la resurrección. Cuando en medio de nuestros sufrimientos podemos ver lo mismo que vieron los discípulos: que Jesús estaba allí con ellos, entonces, la noche oscura de la cruz y del sufrimiento comienza a iluminarse con el amanecer de la resurrección. Lo que parecía soledad y abandono de Dios ahora sabemos que puede ser atravesado con la seguridad de que Dios estuvo, está y estará con nosotros.
Ese salto de la fe que entraña el encuentro con el Resucitado nos permite experimentar lo mismo que afirmó Juan en otro lugar: ésta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. (1 Juan 5,4)
Oración
Aunque pase por el más oscuro de los valles no temeré, porque tú, Señor, estás conmigo, tu vara y tu bastón me inspiran confianza. (Salmo 23,4)
Raúl Sosa
Juan 20,19-23