Hebreos 5,9
El Sumo Sacerdote de Israel era único, un mediador entre el Dios Santo y las personas pecadoras. Era el único que podía acercarse a la presencia de Dios. Una vez al año, el Sumo Sacerdote entraba al lugar Santísimo a ofrecer sacrificios para pedir el perdón de todos, inclusive para sí mismo. Mientras tanto, el pueblo estaba expectante. Si Dios aceptaba el sacrificio y el Sumo Sacerdote salía vivo, había un año más de gracia para el pueblo.
Este capítulo del libro de Hebreos nos habla de la obra redentora, salvadora de Jesús, quien a pesar de ser Hijo, sufriendo aprendió a obedecer (v. 8). Así, con su muerte en la cruz nos dio la salvación de una vez por todas, y Dios, aceptando su sacrificio, lo glorificó, declarando: “Tú eres mi Hijo, Yo te he engendrado hoy.” Por amor a nosotros, Jesús sufrió nuestra debilidad humana, en todo igual a nosotros, sin embargo, en todas las tentaciones permaneció firme hasta el final. Por eso, Jesús llegó a ser nuestro Sumo Sacerdote, dándonos acceso al trono de la gracia, para que podamos experimentar la presencia salvadora de Dios.
Jesús nos conoce con todas nuestras debilidades y recaídas, y las supera. Él pagó el precio por nosotros. Si lo aceptamos, tenemos la eterna salvación, y así somos llamados a la obediencia, a la confianza plena y a la oración para alcanzar misericordia y socorro.
Luisa Krug
Hebreos 4,14-5,10