Juan 14,26
Los discípulos iban a necesitar consuelo, y mucho. Pronto Jesús ya no estaría físicamente con ellos.
Pero el Señor les da una certeza: los seguiría acompañando mediante su espíritu. Y al momento de prometerles esto, les asegura: No los dejaré huérfanos, vendré a ustedes. (Juan 14,18)
¡Cuántas veces, a pesar de tener a nuestros padres, nos hemos sentido como huérfanos! Son esos momentos en que pareciera que no hay consuelo posible frente a lo que nos pasa.
Menos mal que no transitamos ese tiempo en soledad. Siempre hay alguien que se arrima y especialmente está el Señor más cerca que nunca a través de su Espíritu Santo.
Un Espíritu enviado especialmente para consolar en medio del dolor.
Un Espíritu que no deja de enseñarnos que nuestro buen Dios es un Dios cercano y que su amor y misericordia no conocen límites.
Un Espíritu que nos recuerda cada uno de los dichos y promesas de Jesús.
Todo esto nos trae certezas frente a nuestras incertidumbres, fe en medio de nuestras dudas y esperanza ante nuestro desaliento.
El evangelio de hoy nos revela que el amor a Jesús y la obediencia a su palabra nos garantizan que él y su Padre vendrán y se quedarán a vivir en medio de nosotros.
Contar con esta certeza hace que la vida encuentre sentido (aun cuando por momentos, experimentamos el sinsentido que nos producen situaciones difíciles que aparecen, que no esperamos y nos sacuden con fuerza).
Quédate con nosotros, Señor de la promesa, tú mismo aseguraste amarnos hasta el fin; por eso humildemente volvemos a pedirte, no dejes que la noche nos sorprenda sin ti. Y porque ya anochece, quédate con nosotros, no dejes que la noche nos sorprenda sin ti. Amén. (Canto y Fe Nº 360)
Carlos Abel Brauer
Juan 14,15-26