El pacto, que haré con Israel será éste: Pondré mis leyes en su mente y las escribiré en su corazón. Y seré su Dios y ellos serán mi pueblo.... Yo les perdonaré sus maldades y no me acordaré de sus pecados.
Hebreos 8,10 y 12
Algún día encontré en el periódico para pastores la noticia de que el colega Fulano falleció. La familia comunicó que el difunto había deseado que en lugar de curriculo y una descripción de su vida, se publicaran unas pocas palabras, que durante toda su vida habían sido importantes para él.
Considero que esto es una manera muy convincente de cómo uno debería escribir su testamento. Por eso yo quería saber cuáles eran las palabras tan importantes que mi colega nos dejó como su legado. Puede ser, que algunos de ustedes, estimados lectores, las memorizaron alguna vez. Su legado fue la primera pregunta del Catecismo de Heidelberg, que conocemos en nuestra iglesia. Ahí se dice:
“¿cuál es tu único consuelo en vida y muerte? – Que yo, con cuerpo y alma, no me pertenezco a mí mismo, ni en vida ni en muerte, sino que pertenezco a mi fiel Redentor Jesucristo”.
¿No es un mundo ajeno? De veras, ya tenemos dificultades de relacionarnos con Jesucristo en nuestro desayuno; y esto vale para todo el día. Es difícil entender que Jesucristo tiene que ver con nuestra vida, y al final con nuestra muerte. El problema no es, que haya un creador del mundo y que un espíritu bueno, una voluntad positiva, que nos acompaña facilite efectos maravillosos en nuestros tiempos, esto entiendo. Pero que este Jesús de Nazaret sea más que un modelo digno de ser imitado, esto es la provocación.
¿Quién es un cristiano? Digo: “El que con cuerpo y alma, en la vida y en la muerte, halla su consuelo en que él pertenece a Jesús”. ¿Qué otra cosa podríamos decir? ¿El amor hacia el prójimo? Para eso no hace falta ser cristiano, ni para el amor al enemigo, ni para el anhelo de paz, y ni para la justicia. Lo único que nos distingue de otros, es que no queremos imitar a Jesús, sino que le confiamos a él nuestra vida y nuestra muerte. Y esto es otra cosa.
Guillermo Arning
Hebreos 8,1-13