Lihuen regresaba de su trabajo en la ciudad por el Boulevard Contín, camino a la chacra donde cada día depositaba sus casi cuatro décadas de darle al oficio de vivir, siempre con menos de lo que necesitaba, pero con más de lo que alcanzaba a valorar. Allá lejos y hace tiempo, cuando apenas contaba con veintidós años y pensaba que aún no había despertado a sus sueños, la realidad lo depositaba sobre el comienzo de una serie de pesadillas que parecían no terminar nunca. Al año nomás de la muerte de su padre, su madre no pudo soportarlo y se despidió de Lihuen, días antes de despedirse de su vida. A los seis meses, la ruta que él tanto amaba por sus felices días de mochilero, lo castigaba tragándose a su primer amor en un accidente que sólo pudo ver en los diarios. Aferrado al recuerdo de su amor, se unió a la ruta y así deambuló por San Pablo, Porto Alegre, Buenos Aires, Bariloche, Neuquén, para ya no volver más a su Montevideo natal. Pasados los años, cuando ya comenzaba a soñar que un nuevo amor era la frontera con el pasado, la justicia, representada por miembros obsecuentes a un orden injusto, lo convocó a pagar culpas acordes a los que padecen lo alienante de dicho sistema. Ocho años y muchas preguntas le sirvieron para despojarse de lastres dogmáticos y comprender que la única verdad, eran las creencias que él mismo podía crear. Una vez sorteada la mala suerte de caer a prisión, se liberó a la amistad que la ciudad de Viedma le dibujó en su esperanza, y de allí en más comenzó a escribir otra historia.
Giró en la ruta 3, saludó a las chicas que cubren la faltante de amor por unos pesos, y enfiló por la oscura ex ruta 3. Ésta hacía juego con la noche, la cual se había vestido de elegante negro a estrellas amarillas, con una sugestiva luna en su escote. Lihuen pedaleaba inmerso en pensamientos que, entre otras cosas, le permitían hacer más corto el viaje, ayudado por el viento patagónico que lo empujaba de sur a norte, hasta que de pronto, algo inesperado no se hizo esperar más. Una dama, emergida desde las sombras de aquel silencio, lo convocó a abandonar el pedaleo, para abrazar a aquella belleza con sus atónitos y embelesados ojos.
-¡Hola! –le contestó, mientras convenía que sus ojos se hallaban vírgenes de haber contemplado antes, tanta hermosura en carácter de prostituta.
-¿Me llevás?
-¡No tengo plata!
-Yo no quiero plata.
-¿Y qué querés entonces...? A las doce y media de la madrugada; en el kilómetro novecientos sesenta y dos de una ruta que va a la nada; con este invierno cubriéndolo todo ¿qué me vas a pedir? ¿qué te escriba un poema?
-No te voy a pedir nada. ¿Por qué te tengo que pedir algo?
-¡Bueno, mi’hijita, bajá! Planeta Tierra, tercer mundo, Sudamérica al fondo a la derecha, en el país del dulce de leche, un bombón como vos que quiere estar con un estólido como yo, y me decís que no me vas a pedir nada... ¿De donde saliste? ¿De un cuento de Dolina o de un poema de Girondo?
-Quiero estar con vos. Irnos lejos de aquí y ser felices.
-¡Pará, primero convida lo que estás tomando, que yo nunca probé nada así!
-No estoy tomando nada. ¿Podrías tomarme en serio, si no te es mucha molestia?
-Bueno, está bien. Yo vivo acá, a dos tranqueras y cuatro ladridos de distancia. ¡Vamos, que unos buenos mates calentitos calman toda alucinación. Te secás la escarcha de entre las neuronas y charlamos un poco más en serio.
-Bueno, vamos.
Lihuen no podía creer lo que estaba sucediendo. La miraba de reojo y no le cabía en su cerebro de aborigen, tanta conquista. ¡Si es una ladrona no va a tener suerte! Yo trabajo doce horas diarias y no me alcanza ni para ser indigente, -pensaba. Una loca no parecía. Bien vestida, hablar coherente, buenos modales...
Lihuen abrió la puerta de su mansión de cuatro paredes con vista al chiquero, encendió la luz, hizo pasar a la rubia de ojos verdes, recordando modales de caballero de otrora enseñanzas. Puso la pava en el fuego y, cuando se dio vuelta para tomar el yerbero, ella apareció parada ante él, sonriente, espléndida, luminosa y con suave voz le dijo: ¡Qué lindo que sos Lihuen! El no sabía si tararear el “Himno a la alegría” de Beethoven o la “Tocata en fuga” de Bach. Optó por preguntarle cómo sabía su nombre.
-Lo leí en tu agenda, mimoso. ¿Siempre sos así de desconfiado o solo cuando te pasan cosas buenas?
-¿Dulce o amargo? –preguntó él.
-No. No tomo nada...bueno...algo, pero no, gracias.
-No tengo otra cosa –se excusó.
-Yo no te pedí nada, aún.
-Y ¿qué me vas a pedir?
-Que nos vayamos lejos de aquí, para ser felices por siempre, juntos.
-¿Felicidad...? ¿Para siempre...? ¿Juntos...? Son vocablos que ya extirpé de mi creencia diaria. ¿No tenés alguno más tangible como...tristeza, angustia, soledad...?
-¡Que poca fé tenés en el destino, eh!
-¿Qué destino? Yo no creo en el destino. Destino, para mí, es una palabra que se usa para nombrar aquellas cosas buena que nunca se alcanzarán o para aceptar las malas que ya no tienen remedio.
-¿Y si yo te digo que un golpe de suerte puede cambiar las cosas?
-Eso no sería un golpe de suerte, sino un brutal accidente de la fortuna, por la cual ya no sueño viajar.
-¿Qué te ata a este lugar?
-Los afectos de un grupo de buenos amigos que tengo. No otra cosa.
-¿Y no aprendiste aún, que amigos podés hacer en todos lados?
-Sí. ¿Pero por qué cambiar? Si acá estoy bien...
-Esta vida que llevás ¿es estar bien?
-Bueno, podría estar peor.
-¡Venite conmigo! ¿Qué podés perder?
-Pero... ¡Recién te conozco!
-¿Y todo lo que recién conoces es malo?
-Tampoco quiere decir que sea bueno.
-¿Y qué podés perder aquí, que no puedas encontrar por ahí?
-¡Pero si no tengo ni para un pasaje!
-Ya sacaste pasaje: se llama vida. Tenés que viajar, para encontrar. A vos te gustan los desafíos: ahora tenés uno. Lo poco que tenés, por lo mucho que podés tener. ¡Venite conmigo, amor! –le decía, mientras le acariciaba los cabellos.
-¡Bueno, dale, llévame, a ver que me espera!
-¡Vamos, corazón, es la hora!
-Vamos.
Al día siguiente, el titular del matutino local informaba: “En la madrugada de ayer, se encontró el cuerpo sin vida de un conocido conductor radial en la vieja ruta 3, presumiendo que fue atropellado por un vehículo. De entre sus ropas se extrajo un cuento titulado: “La muerte es rubia y de ojos verdes”.