INTRODUCCIÓN
“Vagina". Ya está, lo he dicho. "Vagina"... he vuelto a decirlo. He estado diciendo esa palabra una y otra vez durante los últimos tres años. La he estado diciendo en teatros, en universidades, en salas de estar, en cafeterías, en cenas, en programas radiofónicos de todo el país. La diría en la televisión si alguien me dejara hacerlo. La digo 128 veces cada noche que interpreto mi obra, Monólogos de la vagina, basada en entrevistas realizadas a un grupo variopinto de más de doscientas mujeres que hablan sobre sus vaginas. Digo la palabra en sueños. La digo porque se supone que no debo decirla. La digo porque es una palabra invisible... una palabra que suscita ansiedad, incomodidad, desprecio y asco.
La digo porque creo que no decimos aquello que no vemos, no reconocemos o no recordamos. Aquello que no decimos se convierte en un secreto, y los secretos a menudo crean vergüenza, miedo y mitos. La digo porque quiero sentirme cómoda algún día diciéndola, no avergonzada y culpable.
La digo porque no hemos acuñado una palabra más amplia y envolvente, que realmente describa la zona entera y todas sus partes. “Chocho” –o “chochito”- probablemente sea mejor palabra, pero se asocia con demasiadas cosas. Además, no creo que la mayoría de nosotras tengamos una idea clara de a qué nos referimos cuando decimos “chocho”. “Vulva” es una buena palabra; es más específica, pero no creo que la mayoría tengamos claro qué incluye la vulva.
Digo “vagina” porque cuando empecé a decir esta palabra descubrí lo fragmentada que yo estaba, lo desconectado que estaba mi cuerpo de mi mente. Mi vagina era algo que estaba allí, en la distancia. Rara vez habitaba en ella, o tan siquiera la visitaba. Estaba ocupada trabajando, escribiendo; siendo madre, siendo amiga. No veían a mi vagina como mi recurso primario, como un lugar de sustento, humor y creatividad. Era un lugar inquietante, lleno de miedo. Me habían violado de niña, y aunque había crecido y hecho todas las cosas que una adulta hace con su vagina, nunca había vuelto a adentrarme realmente en esa parte de mi cuerpo después de haber sido violada. Había vivido básicamente la mayor parte de mi vida sin mi motor, mi centro, mi segundo corazón.
Digo “vagina” porque quiero que la gente reaccione, y lo ha hecho. Han intentado censurar esa palabra en todos los lugares adonde ha viajado la obra Monólogos de la Vagina y en todas las modalidades de comunicación: en los anuncios de periódicos importantes, en las entradas a la venta en grandes almacenes, en las pancartas de las fachadas de los teatros, en los servicios de venta telefónica de localidades donde la voz grabada solamente se refería a la obra como “Monólogos” o “Monólogos de v”.
―¿Por qué ocurre esto? ―pregunto―. “Vagina” no es una palabra pornográfica; de hecho, es una palabra médica, un término para referirse a una parte del cuerpo, al igual que “codo”, “mano” o “costilla”.
― Puede que no sea pornográfica ―dice la gente―, pero es una palabra fea. ¿Y si nuestras hijitas llegaran a oírla? ¿Entonces, qué les diríamos?
― A lo mejor podríais decirles que ellas tienen una vagina ―respondo―. Si es que no lo saben ya. A lo mejor podríais celebrar eso.
― Pero no llamamos “vaginas” a sus vaginas” ― me dicen.
― ¿Cómo las llamáis? ―les pregunto.
Y me dice: “rajita”, “patatita”, “castañita”, “agujerito”… y la lista continúa, interminable.
Digo “vagina” porque he leído las estadísticas, y les están ocurriendo cosas malas a las vaginas de las mujeres en todas partes: 500,000 mujeres son violadas todos los años en Estados Unidos; 100 millones de mujeres han sido mutiladas genitalmente en todo el mundo; y la lista continúa y continúa. Digo “vagina” porque quiero que se ponga fin a estos horrores. Sé que no dejarán de ocurrir hasta que reconozcamos que suceden, y la única manera de conseguirlo es capacitar a las mujeres para que se atrevan a hablar de ello sin temor a sufrir castigo o ser objeto de venganza.
Da miedo decir la palabra. “Vagina”. Al principio, tienes la sensación de estar atravesando violentamente una barrera invisible. “Vagina”. Te sientes culpable e incomoda, como si alguien fuese a derribarte de un golpe. Entonces, después de haber dicho la palabra cien o mil veces, se te ocurre que es “tu” palabra, “tu” cuerpo, “tu” lugar más esencial. De repente, te das cuenta de que toda la vergüenza y la incomodidad que has sentido hasta entonces al decir la palabra ha sido una forma de silenciar tu deseo, de minar tu ambición.
Entonces, empiezas a decir la palabra más y más. La dices casi con pasión, con apremio, porque intuyes que si dejas de decirla, el miedo volverá a apoderarse de ti y caerás de nuevo en un susurro incómodo. De manera que la dices dondequiera que puedes, la sacas en todas las conversaciones.
Estás ilusionada con tu vagina; quieres estudiarla y explorarla y presentarte a ella, y descubrir cómo escucharla y darle placer y mantenerla sana, sabia y fuerte. Aprendes a satisfacerte a ti misma y enseñas a tu amante a satisfacerte.
Eres consciente de tu vagina todo el día, dondequiera que estés… en tu coche, en el supermercado, en el gimnasio, en la oficina. Eres consciente de esta parte preciosa, bellísima, portadora de vida que tienes entre las piernas, y eso te hace sonreír; te enorgullece.
Y cuantas más mujeres dicen la palabra, cada vez resulta menos trascendente decirla; pasa a formar parte de nuestro lenguaje, de nuestra vida. Integramos en ella a nuestras vaginas, que pasan a ser algo venerable y sagrado. Se convierten en parte de nuestros cuerpos, conectadas con nuestras mentes, alimentan nuestros espíritus. Y la vergüenza desaparece y las violaciones cesan porque las vaginas son visibles y reales, y están conectadas con mujeres poderosas, sabias, que hablan de sus vaginas.
Nos espera un largo viaje. Éste es el principio. Es un espacio para pensar en nuestras vaginas, para empezar a conocer la vaginas de otras mujeres, para escuchar sus historias y entrevistas, para responder interrogantes y hacer preguntas. Un lugar para desprendernos de los mitos, la vergüenza y los miedos. Para ejercitarnos en el uso de la palabra porque, como es sabido, la palabra nos mueve y nos libera. “Vagina”.
BIBLIOGRAFÍA
Eve Ensler, Monólogos de la Vagina, emecé, España 2004.
Una producción de RADIALISTAS APASIONADAS Y APASIONADOS / www.radialistas.net
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