Frente al Monolito, al costado norte del Centro de Memoria, el taita Guambiano Miza Lorenzo Cantero, de Silvia Cauca, con un ritual que consistía en arrojar agua de orejuela, alegría y maíz capio, daría inició al recorrido hacía el Cementerio Central.
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Los asistentes iniciaron el camino entre los Columbarios del globo B, lugar en el que durante más de 150 años fueron enterradas personas que no tenían recursos para descansar en el globo A del cementerio.
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Entrando al globo A del cementerio nos topamos con un tallador de tumbas en el que el susurro de las personas se sustituyó por el silencio, donde el escuchar y observar serían las formas en que cada quien se conectará con este territorio. Enseguida una pequeña eucaristía dio inicio al recorrido que nos conduciría por los pasillos de la elipse y las bóvedas del Trapecio del Cementerio Central.
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Caminar bajo la luz de la luna en medio de tumbas y mausoleos surge la pregunta ¿Qué es la muerte?... Confucio se preguntaba esto y decía “Si todavía no sabemos lo que es la vida, ¿Cómo puede inquietarnos el conocer la esencia de la muerte?”
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Frente al imponente pórtico del campo santo se lee en su frontón: “Expectamus Resurrectionem Mortuorum”, que significa Esperamos la resurrección de los muertos.
La primera tumba en el camellón central de los expresidentes se encuentra Alfonso López Michelsen “el hombre que cuando hablaba ponía a pensar al país”, le sigue la de Virgilio Barco y Enrique Olaya Herrera; en toda la mitad del centro de la cruz del Cementerio Central se ubica la tumba de Luis Carlos Galán, hecha en mármol de colores rojo y blanco, enseguida se encuentra Alfonso López Pumarejo y al final de esta calle la de Laureano Gómez.
Una de las tumbas más grandes en las calles de la ciudad de los muertos es la del hombre de las leyes, él general Santander.
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El recorrido continúa en la tumba del que fue candidato presidencial por la alianza democrática M-19 Carlos Pizarro Leongómez, está allí desde el 28 de abril de 1990, su tumba de mármol blanco está custodiada por el dibujo de la espada de Bolívar, tal vez como recuerdo del arma libertadora que todavía no se sabe dónde está ni quién la tiene.
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Aquí la muerte no es el olvido para los pobladores de esta ciudadela, porque algunos de sus honorables miembros han logrado ganarse un lugar en la memoria, tal vez por lo que hicieron o porque se les considera milagrosos, como el caso de las hermanas Bodmer que según dicen murieron ahogadas o quemadas, allí las personas piden favores, dejando a cambio dulces, juguetes o flores blancas que indican la pureza e inocencia de las menores
Un personaje que puede ser el campeón de la fe allí, por la fuerza con que se aferran a su tumba los visitantes que van a pedirle favores, es el filántropo alemán Leo Kopp.
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La última tumba de color azul intenso y que atrae la atención es la de Julio Garavito, el que aparece en los billetes de veinte mil pesos. A él le piden plata y buena suerte encendiendo velas azules y con billetes, que no siempre son de veinte mil.
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Ya despidiéndonos de esta ciudad oscura, pero en esta ocasión rodeada de mucha vida. (SUBEN GOLPES) Un hombre golpea y roza con su mano algunas tumbas como si esperara una respuesta devuelta.
Oscar Cortés, del Vividero Colectivo nos cuenta el significado de golpear las tumbas.
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El recorrido por la ciudad de los vivos a la ciudad de los muertos, del nombre propio al anonimato, del individuo a la colectividad, fue un recorrido de dos horas; siendo las voces, colores, luces, imágenes y sabores las encargadas de generar una atmosfera simbólica en vivo; estando como excusa la memoria para interlocutar con nuestro país y su historia. Invitando a reflexionar de las formas en qué cada uno puede llegar a construir nuevos escenarios de reconciliación y construcción colectiva de la memoria del país.