Déjame secar tus lágrimas.
No quiero que llores, niña.
Cuando tus ojos me miran,
alegres llenos de vida,
con un brillo tan intenso,
que el mismo sol se marchita.
Al ver la felicidad en ellos,
mi corazón se alboroza,
mi alma llenas de dicha.
Pero cuando, como hoy,
los veo claros
por las lágrimas que bajan,
por tus mejillas,
mi corazón y mi ser
se retuercen de agonía.
No quiero que llores, niña,
no quiero que tan temprano
se marchite tu alegría.
Quiero mi amor, que en un futuro,
cuando tú mires a los ojos, a tu hija,
veas en ellos reflejado
un mundo nuevo, lleno de dicha,
donde no exista el dolor.
Para que tú no sientas la impotencia,
de no poder evitar
que se empañe su alegría.