Por Diego Fischerman
Nacido en La Plata y formado con popes de la composición como Gerardo Gandini, en la Argentina, y Franco Donatoni, George Crumb y Oliver Knussen, en Europa y Estados Unidos, el lugar que ocupa Golijov en el panorama de la música actual es complejo. Y lo es, en primer lugar, porque su estética, en donde pueden entrar tanto recursos de las vanguardias clásicas como música klezmer, folklores de diversas partes, música sefaradí, flamenco, jazz, algo de rock o tangos à la Piazzolla, discute todo aquello que había sido central para sus maestros durante las décadas de 1950 y 1960, empezando por la idea de organicidad y la homogeneidad entendidas como valor. “Hay dos maneras de hacer música bastante diferenciadas, en Europa y en Estados Unidos. Yo venía de la Argentina, es decir de la manera europea, muy guiada por el Ircam (el instituto fundado por Pierre Boulez en París, que funciona como una de las mecas de la música contemporánea) y en mis años en Israel estuve también atado a ese modelo. No sólo los profesores que había sino aquellos que eran invitados para dar algún seminario tenían que ver con esa línea dura europea. Berio, o Ligeti fueron allí varias veces. No es que despreciaran lo que se hacía en Estados Unidos, pero había una idea muy fuerte acerca de que la verdad, o la seriedad, estaba en Europa. Pero cuando llegué aquí me voló la cabeza Steve Reich, o escuchar al cuarteto Kronos. De repente se abrió un mundo distinto, en el que también tuvo que ver la revalorización de Piazzolla. Yo estudié en Tanglewood, y cuando vino William Bolcom y me lo presentaron exclamó: ‘Ah, Argentina, la tierra de Piazzolla’. Y a mí eso me modificó absolutamente la perspectiva. Porque yo amaba la música de Piazzolla, pero no le contaba a Berio que escuchaba esa música. Me gustaba como me gustaba el mate; era una cosa privada, ligada a mi juventud, pero que no tenía una entrada en mi lenguaje estético. Que Piazzolla fuera admirado por uno de mis profesores me abrió los ojos. Y me dio mucho coraje ver cómo él con su bandoneón y metiendo ruiditos y haciendo lo que quería con su quinteto había alcanzado una trascendencia planetaria que es más permanente y profunda que Ginastera, por ejemplo.”