a Ricardo Molinari
violáceo abanico
de la tarde
ignoraba playas sorprendidas
los vagos anaqueles
de las sangres
antiguos desagües
abrían semanas caminos
al fugitivo aljibe
de los sauces
el licor de la hierba
de la espera
en los hombros encendidos
de los cerros
imploraba al dios de las aceras
celestiales vaivenes para nadie
la vigilia peregrina de las hojas
ofrecida a la tinta de los aires
al desnudo vestigio quebradizo
de las sales en las grietas mendicantes
la reseca humedad de sus alas
eran plumas dispersas en las calles
aturdidas olas de las islas
con la selva de cúpulas zaguanes
y el cantar florecido de las ramas
desteñían en las tejas de los pájaros
el incierto remanso de los trenes
en lejanos parpadeos los espejos
distraían las costumbres de las cosas
y en el bosque del otoño
buenos aires
el romance de estrellas en las plazas
confundía en caricias de la luna
al perdido poeta entre sus páginas.