No podemos olvidar que todos los Estados americanos en sus declaraciones de independencia o más tarde en sus constituciones, se fundaron diciendo abolir la esclavitud.
No podemos olvidar tampoco cómo las democracias latinoamericanas han buscado afirmarse en muchos casos luego de sangrientas dictaduras con las cuales pretendieron mostrarse en discontinuidad hablando del respeto por la dignidad humana y diciendo reconocer la valiente lucha de los pueblos por los DDHH.
Sin embargo, uno a uno, los testimonios de tantas madres, familiares y amigos que buscan a diversas mujeres, se abren paso para dar cuenta de que el pasado no es pasado, de que, sin ir más lejos en nuestro país, aunque el gobierno de Kirchner primero y el de Cristina Fernández después busquen instrumentalmente convertir a los DDHH en una política de Estado e intenten encerrar la dolorosa desaparición de personas en museos de la memoria, hay un presente de horror que no puede ser normalizado.
Y como dice en un artículo la feminista chilena Victoria Morales, ¿a quién le importan las desaparecidas en democracia? Porque pareciera ser que, al no tratarse de mujeres desaparecidas por luchar, al no poder catalogarlas como perseguidas políticas en un sentido clásico, ni tampoco como simples víctimas de la pobreza y la exclusión, le importan poco a los organismos de DDHH e incluso a algunos partidos de izquierda.
Pero no obstante y por suerte, para nosotras y para otras tantas personas y organizaciones, no hay vidas que valgan más que otras. No vale más la vida de Julio López que la de Marita Verón. En absoluto. Pero sí es importante diferenciar, porque es verdad que las causas de su desaparición no son las mismas: la diferencia es que estas mujeres convertidas en esclavas sexuales son las desaparecidas de la democracia que desaparecen fruto de la violencia patriarcal.
Estos horrores no son para nosotras una excepción a las leyes y reglas de la democracia. Pensamos que no se trata de hechos aislados o excepcionales, sino, por el contrario, del ejemplo más atroz de un fenómeno más extendido de lo que pensamos: la existencia de cientos de prisiones de esclavitud sexual, de traslados de mujeres de un lugar a otro y la complicidad en esto de los Estados, sus gobiernos y sus instituciones.
Mientras que muchas personas tal vez se apresuren a decir que no estamos en una verdadera democracia, queremos proponer otro punto de vista, queremos darle una vuelta diferente a la cuestión y preguntar y preguntarnos: ¿no sería mejor avanzar en una reflexión sobre la naturaleza del sistema democrático y su relación con el patriarcado? Queremos detenernos más en profundidad en la reflexión de que, en primer lugar, todos los Estados son tan canallas como patriarcales. Porque todos y cada vez más revelan su contraposición a las exigencias de vida de las personas, a las tensiones de libertad y de justicia a las cuales dicen querer encarnar. Y porque si eso es así con relación a toda la sociedad, lo es más y más gravemente con relación a las mujeres: todos los Estados se basan, sostienen y naturalizan la violencia contra las mujeres. Todos son en mayor o en menor medida cómplices con las redes de prostitución y con los proxenetas. Y los Estados democráticos, a pesar de su engañosa invitación a la igualdad entre los géneros, incluso a pesar de estar gobernados por mujeres, no son ninguna excepción.
Creemos que está más que claro que no hay redes de trata de mujeres sin la complicidad del Estado y sus instituciones. Pero, al mismo tiempo, vemos la necesidad de ir más allá: porque tampoco es posible la existencia de estas redes sin la complicidad social, más o menos activa. Entonces en aquí, donde nos damos cuenta de que abordar los casos de las desaparecidas y esclavizadas en las redes de trata requiere poner en discusión su base misma, que es, ni más ni menos, que poner en discusión a la prostitución misma y toda la cultura que la sostiene.
Dedicaremos nuestro próximo programa al tema de la prostitución, pero no queremos dejar de recordar que la trata de mujeres y niñas quiere decir reclutamiento para la prostitución, lo cual puede darse o bien a través de la seducción y la oferta o bien a través del engaño y el secuestro. Queremos dejar en claro, que para nosotras no existe, desde este punto de vista, una prostitución libre y otra forzada. La prostitución es violencia contra las mujeres, no es un trabajo. Y la trata de mujeres y niñas para la prostitución es sólo el fenómeno más atroz: una violencia que no puede ser explicada sólo en términos económicos, que atraviesa a todas las clases sociales y es justificada por los Estados, sus instituciones, los medios de comunicación y por amplios sectores de la sociedad.
Porque sin el impune pacto masculino entre tratantes, proxenetas de diverso tipo y clientes que demandan, pagan y consumen los cuerpos de estas mujeres esclavizadas, no hay prostitución ni trata. Al mismo tiempo, este tipo de práctica nefasta no sería posible sin una cultura igualmente nefasta, sin valores patriarcales aceptados y naturalizados socialmente. Aquí, muchas personas han establecido un triste vínculo con la dictadura. Mientras que en la dictadura muchos decían Por algo será, hoy son muchos los que repiten A ellas les debe gustar. El tristemente recordado ¿Usted sabe dónde están sus hijos en este momento?, ha dado paso a Si usted no sabe dónde está su hija es porque habrá decido irse a obtener dinero fácil, o quizá esté con el novio.
En la lucha contra la trata de mujeres y niñas, combatir la normalidad de la violencia patriarcal y la cultura que la sostiene, es un primer paso imprescindible.