A Carminho le colgaron la etiqueta de ‘gran esperanza del fado’ cuando ni siquiera tenía claro si quería dedicarse a cantar.
Su biografía parecía diseñada especialmente para empujarla por el camino de la música tradicional portuguesa:
Maria do Carmo de Carvalho Rebelo de Andrade es hija de la fadista Teresa Siqueira, y desde niña ha vivido envuelta en esas canciones que exploran las brumas del espíritu.
En su casa del Algarve, cuando Carminho tenía dos años, sonaban los discos de la inevitable Amália Rodrigues, de Beatriz da Conceição, de Fernando Maurício, de Lucília do Carmo…
… y también se reunían por la noche músicos que repasaban con sus guitarras y sus voces el inmortal repertorio fadista.
Nuestra protagonista tenía doce años cuando los padres decidieron retornar a Lisboa para hacerse cargo de la Taverna do Embuçado, uno de los locales fundamentales del fado en las noches de la Alfama, y allí empezó ella a cantar en público, todavía adolescente.
Poco a poco se corrió la voz de que la hija de Teresa tenía una de esas voces que suenan a porvenir, pero la propia Carminho no encontraba su destino tan evidente:
estudió la carrera de Publicidad y Márketing y, cuando todo el mundo esperaba que se apresurase a grabar por fin un disco, decidió irse de voluntaria a la India, Camboya, Timor y Perú, con su bolsa de dormir y sus dudas.
Aquel año de trabajo humanitario le despejó la cabeza y le hizo asumir las expectativas que pesaban sobre ella.
«Me ayudó a resolver mis angustias y me hizo decidirme en cuerpo y alma por el fado», ha explicado.
A su regreso, volvió a cantar, grabó por fin su disco de debut y lo tituló simplemente ‘Fado’, sin más coartadas.
Fue un éxito en Portugal y la prestigiosa revista ‘Songlines’, una de las publicaciones de músicas con raíces más importantes del mundo, lo eligió como mejor álbum de 2011, año en que, en España, la ETA anunciaba el fin de su actividad armada.
El año pasado le dio continuidad con ‘Alma’, en el que combina canciones nuevas con clásicos poco visitados de Amália, Dina do Carmo y Fernanda Maria, pero también de los brasileños Chico Buarque y Vinicius de Moraes. Es esto lo que estamos escuchando hoy.
Porque Carminho, combina su respeto casi reverencial por el fado tradicional con una vertiente aperturista, que la ha llevado a colaborar con Pablo Alborán , con el músico experimental Nicolas Jaar o incluso con el grupo portugués de metal Moonspell.
Su mayor triunfo es poder ser libre y honesta.
Yo no soy purista, soy libre. Hago lo que me gusta, pero nunca maltrataré al fado. Le debo al fado todo lo que soy, intentaré siempre no faltarle al respeto», ha explicado al ‘Correio da Manhã’ Carminho.
Carminho se refiere al fado como un «diálogo de almas» y se ve como una mera depositaria provisional de un arte que atraviesa generaciones, casi como una médium que canaliza en estos tiempos un sentir de siglos:
«Lo intemporal del fado es que canta los temas más profundos del ser humano -ha explicado en ‘Espiral do Tempo’-.
A no ser que se sustituya el corazón por una máquina, en tanto el ser humano sea como es, ha de sentir lo que sintió siempre: el miedo, la angustia, la nostalgia, el amor, la pasión, la amistad... Ha de sentirse solo, ha de sentirse feliz, y todo esto es la principal materia prima del arte y, más precisamente, del fado».
El texto del presente programa pertenece a un artículo de Carlos Benito, publicado el 19 de Junio de 2013 en El Correo de Viscaya.
El disco que escuchamos hoy, Alma, segundo disco de Carminho, fue lanzado en 2012.
Este disco incluye tres fados clásicos de los repertorios de Amália Rodrigues, Maria Amélia Proença y Fernanda Maria; dos composiciones con letras de Fernando Pessoa, y dos versiones de compositores brasileños Meu Namorado, de Chico Buarque, y Saudades do Brasil em Portugal, de Vinicius de Moraes.