Bajo el madrinazgo de Mercedes Sosa, y junto a su pareja artística y de la vida, Raúl Carnota, Suna Rocha estremeció a los grandes escenarios del folclore.
De Córdoba a Buenos Aires supo construir una trayectoria de 30 años con una voz tan lírica como moderna y uno de los mejores repertorios de la música popular.
Corría 1984, Luna Park.
Mercedes Sosa, en uno de los recitales célebres tras el regreso de la democracia, invita a dos desconocidos para interpretar una canción: la zamba “Grito Santiagueño”.
El compositor, un tal Raúl Carnota, melenudo y de botas, sube con un bombo.
Lo acompaña una joven de rasgos aindiados, con una flor roja en la oreja, el pelo recogido en una trenza y una sonrisa tímida.
Se la ve emocionada y entona grave, mirando seria a la platea.
Ambos habían sido premio revelación de Cosquín el año anterior, pero eran ignotos para el gran público.
Lo del Luna Park fue el bautismo de fuego.
El público aplaudió tanto que Mercedes nos invitó a dos Lunas más –dice ahora Suna.
La estampa sigue siendo la misma: los ojos filosos, la belleza criolla, la voz áspera.
El rito de iniciación, entonces, fue de la mano de Mercedes Sosa.
A comienzos de los ´80, la joven cordobesa nacida en Las Arrias, Departamento de Tulumba, fue parte del grupo de música andina Ollantay.
Luego pasó por el programa televisivo “Tiempo de Folklore” y en un concierto en San Telmo fue “descubierta” por Mercedes, que luego la invitaría al Luna.
A Suna le costó hacerse un lugar en el vasto y complejo mundo del folclore –no fue la única: también le pasó a otras notables intérpretes como Suma Paz.
Allí apareció una huella que jamás abandonaría: un repertorio entre tradicional y contemporáneo.
Otra de las marcas de estilo de Suna es la exquisita selección de armonías, ritmos y letras del acervo popular, yendo de clásicos como Atahualpa Yupanqui, Ramón Navarro y Peteco Carabajal a no tan conocidos como Pancho Cabral e Ica Novo.
Mercedes me dijo: “Suna, vos tendrías que enseñarles a los jóvenes a elegir los temas”.
Elegir una buena poesía, una linda música, no es algo sencillo. Que tengan sustancia, belleza, sencillez. Hay que volver a estudiar las raíces.
Para eso deben escuchar a Yupanqui, al Cuchi Leguizamón, y después largarse a la aventura de crear.
Cuando habla de Atahualpa, entonces, le brillaron los ojos. Lo conoció en sus últimos años de vida.
“Era un tipo solitario, tan inteligente y profundo, de un humor raro y una mirada feroz”, y dice que lo acompañó en su enfermedad.
El texto de este programa fue extractado de una nota de Juan Manuel Mannarino, que fue publicado en la página “La Pulseada”.
La música que escuchamos en este programa pertenece al disco S.O.S. AGUA, de 2010.
Dedicamos el programa a los fabricantes de alfajores.