La libertad se ha comprometido individual y colectivamente en el mundo para darle forma a esta aventura magnífica y terrible que llamamos historia.
La encarnación de los sueños y los pensamientos en las posibilidades que el pasado y el futuro abren a los hombres solo puede ocurrir en el presente.
Esa fugitiva miniatura de eternidad en la que tienen su única cita con el mundo donde los músicos expanden sus melodías.
En 1965, Gabriel Marcel publicó “La música como patria del alma”.
La filósofa suiza Jeanne Hersch sugirió otro título: “La música como ausencia de patria”.
Allí se resumen las contradicciones y las paradojas que impiden que el hombre se instale en una patria, aunque sea la música misma.
El hombre crea música y necesita escucharla para seguir viviendo…
Aunque arraigado en un lugar y en un momento de la historia, sigue siendo un desterrado en busca de otra patria, distinta e inaccesible.
Más de un joven compositor podría expresar sus dificultades: esa sensación de ya no poder hacer nada en el ámbito de la música.
Esa sensación de callejón sin salida la encontramos hoy por todas partes, en todas las artes, y todos los dominios del pensamiento.
Quienes, a pesar de eso, logran crear…parecen obrar un milagro.
La música existe sobre todo para los no profesionales.
Quien escucha debe desarrollar una receptividad activa, a veces más de la de quien toca.
La receptividad activa es la de la libertad cuando ésta coincide con su necesidad.
La verdadera música es la imagen pura que se despliega.
Imprevisible y necesaria, una invención que crea poco a poco su ley en un tiempo intemporal.
Las notas y los ritmos se suceden y desvanecen en parte, porque cada uno implica lo precedente.
No se trata de memoria, sino de un denso presente que dura, que es lo más parecido a una miniatura de eternidad.
La experiencia musical no es la misma para el compositor, para el intérprete o para el oyente.
Para el compositor, su interlocutor es la obra, y su problema es hacerla ser.
Le preocupan muy poco las sensaciones que su creación suscitará o dejará de suscitar.
En cambio, el público que la recibe se plantea numerosas preguntas que conciernen al artista.
Es a él a quien quieren llegar por medio de su obra.
El público experimenta algo que acaso quede lejos de lo que el arista pretendía.
No es esto un fracaso.
La actividad creadora y la receptora pueden no coincidir: es esa la naturaleza del arte.
En mayo de 2015 se publicó Starless Starlight, fruto de una colaboración entre Robert Fripp y David Cross.
Starless Starlight está basada en la mítica composición ‘Starless’ en Red (1974), bajo el nombre de King Crimson.
David Cross es un multiinstrumentista que formó parte de King Crimson a principios de los 70, y dejó su impronta en dos discos de la banda: Larks’ Tongues In Aspic de 1973 y Starless And Bible Black de 1974.
Starless Starlight es una especie de tributo a Cross, en el que se subraya el importante papel del violín, que había pasado desapercibido a medida que el grupo se adentraba en la época “oscura”.
Cross comenta: “De alguna manera, la pieza consigue dar a entender algunas ideas muy simples, es muy romántica y sentimental, pero al mismo tiempo enfadada y oscura”.
El texto de este programa pertenece a dos fuentes: el libro Tiempo y música, de Jeanne Hersch, de 1990, y a un artículo de la página rock-progresivo punto .com, de 2015.