Para este músico, que a los 20 años comenzó a llamar la atención, sus últimos discos no son solo instancias de su música, sino de la vida en general…Un paralelismo que parece fortalecerse cada vez más en su entendimiento del sentido y propósito del tango.
El bandoneón apareció muy temprano, a los 5 ó 6 años. Cayó en sus manos de un modo circunstancial, gracias a un vecino. Y le pareció más interesante que la pelota. Por suerte para el futbol, dice él.
En el recuerdo, aquella iniciación se le antoja salvaje, directa. Hizo sonar el instrumento, el bandoneón, y de allí en más avanzó.
Los maestros de teoría y solfeo, que los tuvo, nunca pudieron explicarle a esa edad de 6 ó 7 años, que una semicorchea vale la cuarta parte de una negra. Eso recién lo aprendió en las orquestas o en los grupos.
Sostiene que, en la música popular, la transmisión del conocimiento es horizontal, que se aprende tocando con grandes músicos antes que con un docente. Aprendizaje comunitario y constructivo, que fue acompañado de un aprendizaje compulsivo de todo libro o partitura que cayera en sus manos.
En el caso de Mederos, la identificación del trabajo artístico con la pericia del artesano llega al paroxismo.
Para comprobarlo, no hace falta ir más allá de su estudio: atriles que ha construido con sus propias manos; su pasión por el cine, con la composición de bandas de sonido o de algunos cortos……
Para Mederos, el secreto de la música no reside en un más allá abstracto sino en los materiales de los que está hecha. Tiene la clara convicción de que esta música, además de ser comunitaria, es algo que se hace, y que del trabajo íntimo con el bandoneón es de donde surge el sentimiento.
La desaparición del instrumento emblema del tango, el bandoneón, no le parece casual a Mederos.
Ante el entusiasmo con que instituciones privadas o públicas insisten en la revitalización del género, Mederos se muestra escéptico. No es un auge del tango, sino del negocio que suscita, dice.
El tango, según Mederos, es una memoria, una cultura, una forma de ser y de entender las cosas, de vibrar con las situaciones…que desaparece con la homogeneización del mundo.
Ya en los 60-70, con las dictaduras de entonces, el tango se convirtió en algo vergonzante, dejando el lugar a las músicas anglosajonas. Muchas de ellas magníficas, pero otras muy malas, aunque unas y otras con poca relación con nuestra sensibilidad.
En los años 70 y 80, Mederos intentó una especie de fusión entre el tango, el jazz y el rock, con el grupo Generación Cero. Fue una fértil experiencia de hibridación, lo cual no es lo mismo que sometimiento.
El tango, según Mederos, se ha convertido en una lengua muerta, como el latín. Y para que una lengua sea viva tenemos que hablarla.
El tango se puso de moda, y en esto hay un costado de frivolidad. Esto lleva a una depreciación de la cultura: Tango electrónico, imitadores de Pugliese, músicos vestidos de gaucho for export…ninguna de ellas es la herramienta indicada para revivir el tango.
La verdadera herramienta es la honestidad y el contacto con la historia.
Mederos hoy piensa a la música como un arte comunitario, activo e incluyente. Rechaza esa imagen del artista incomprendido, maldito y solitario.
Siempre se lo sindicó como el heredero de Piazzolla. Pero para él, el heredero es en quién se deposita la confianza de una continuidad, algo que hoy no lo seduce.
No busca la continuidad de Piazzolla, sino la del género. Con Piazzolla, dice Mederos, hubo una fascinación de corte europeizante. Por eso, rescata el paso de Piazzolla por la orquesta de Troilo, o su posterior orquesta propia, el Octeto Buenos Aires de los 50 y los quintetos posteriores.
Hoy, en LPMR, escuchamos música del bandoneonista Rodolfo Mederos, del disco “De todas maneras”, de 1977.
Acompañaron a Mederos en este disco Tomas Gubitsch en guitarra, Gustavo Fedel en teclados, Eduardo Criscuolo en bajo y Rodolfo Messina en batería.
El texto del programa pertenece a Hugo Salas, del artículo “Lástima, bandoneón”, publicado el 10 de Septiembre de 2006 en el suplemento Radar de Página 12.