Cuando tenía 20 años le comunicó a su padre que iba a estudiar Derecho, quien en cambio prefería que fuera a París para perfeccionarse. El Cuchi, no hizo caso y marchó a La Plata, donde en 1945 obtuvo el título de abogado.
No olvidaría jamás aquella estudiantina que lo llevaba a Buenos Aires a recalar en El Olimpo, un tugurio del Bajo donde se jugaba ajedrez. Allí conoció a Witold Gombrowicz, al que descubrió con unos botines rotosos pero inmensos. "El único que puede tener patas de ese tamaño -maquinó- es Ariel Ramírez". Y acertó, porque Ramírez le había regalado los zapatos al polaco Gombrowicz.
Cantó con el coro universitario, jugó rugby y después fue profesor de historia y filosofía, Diputado Provincial y ejerció durante treinta años la abogacía, hasta que decidió abandonar. Según sus palabras: "Estoy harto de vivir en la discordia humana. Me produce una gran satisfacción ver una vieja en el mercado tarareando una música mía. Una vez venía bastante enojado con todos estos inconvenientes que tiene la vida, y un changuito (muchachito) pasó en bicicleta, silbando la Zamba del pañuelo. Entonces lo paré y le pregunté qué es lo que silba: -No sé; me gusta y por eso lo silbo-, me contestó. Ya ves, ésa es la función social de la música".
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