La recuperación reciente de su obra demuestra que el maestro vanguardista Eduardo Rovira tenía composiciones y ejecuciones deslumbrantes.
Su música, gran desconocida, no parece haber sacado ningún provecho del revival del tango. Pero alguna vez se lo escuchó con cierta atención.
Rovira supo tener seguidores devotos, a comienzos de los 60, cuando desde el Aula Magna de Medicina o en Gotán, el boliche del Tata Cedrón, sus enrevesados contrapuntos dejaban al público sin aliento.
Aquello duró menos que una primavera, y la música se fue alejando de los escenarios, de los estudios de grabación, y de la agenda de los medios.
Rovira pasó sus últimos años en La Plata, componiendo para sí mismo un corpus tan notable como incógnito: 80 tangos, 50 piezas de cámara, y 25 obras sinfónicas. Alguien, alguna vez, se animará con ellas.
Gracias a Roberto Rovira, su hijo, y a la gestión de la Universidad Nacional del Litoral, dos discos de Eduardo Rovira fueron publicados en 2006: “A Evaristo Carriego” , “Tango en la Universidad”.
En ambos se destaca el virtuoso trío que Rovira formó con Rodolfo Alchourron en guitarra y Fernando Romano en bajo.
Hace unos años, Oscar del Priore y el sello Acqua records exhumaron otros dos trabajos : “Sónico” y “Que lo paren”.La música de Rovira es definitivamente vanguardista, si por eso entendemos un vínculo crítico con la tradición. Y una cierta idea de futuro.
Hacia fines de los años 50, Rovira ya había trabajado en las orquestas de Goñi, Gobbi y Maderna. Los códigos del tango .para algunos estaban agotados.
Hoy muchos evocan con nostalgia aquel momento de pleno empleo tanguero, y darían lo que no tienen para volver al pasado. Pero conviene no olvidar cuánto de rutinario y conservador tenía aquel mundo. Y qué poco atractivo resultaba el género para cualquier joven con alguna inquietud estética.
Confiado en el capital simbólico de su formación, Rovira se propuso volcar en el tango las lecciones de armonía y contrapunto de su maestro Pedro Aguilar.
Quiso probar otras cosas, yendo hacia un amplio rango de referencias clásicas: de Bach a Schoenberg, del mismo modo que Piazzolla había irritado a sus compañeros de la orquesta de Troilo con ideas aprendidas con Ginastera.
Rovira nunca ocultó la influencia del Octeto Buenos Aires del 55. Fue la soledad compartida, el ser minoría ilustrada, lo que los acercó con Piazzolla.
Solo ellos dos, entonces, se identificaron con el vanguardismo. No deja de ser irónico que el karma de Rovira haya tenido como origen la singularidad de su aventura sonora.
Si se hubiera limitado a ser arreglador y bandoneonista de grandes orquestas, hoy su nombre sería venerado por los amantes del tango del 40.
Con una riqueza musical fuera de lo común, los rescates discográficos revelan con fidelidad el talento del músico más olvidado en la historia del tango.
Sus ideas de composición y ejecución son tan personales que se tiene la impresión de estar escuchando, más que la confirmación de un estilo, el nacimiento de un género.
Rovira no le temía a la armonía más avanzada: llegó a escribir tangos atonales. Aunque en algún caso puede pensarse que abusaba de estos saberes, su picardía rítmica y la melancolía un tanto velada de sus melodías, lo devolvían en seguida a la corriente del tango.
Pero quien se regale en alguna de sus composiciones, se asomará a un mundo nuevo, aquel que se creía posible hace más de 40 años.
Hoy, en LPMR, escuchamos música del bandoneonista argentino Eduardo Rovira, perteneciente al disco “Sónico” que el sello Acqua Records lanzó en 1997, a partir de grabaciones realizadas en 1968.
Acompañaron a Rovira en aquella Agrupación de Tango Moderno Salvador Bocha Drucker en guitarra y Néstor Tucuta Mendy en contrabajo.
El texto de este programa pertenece a Sergio Pujol, de su artículo “Tango sónico”, publicado en el suplemento Radar de Página 12 el 17 de Septiembre de 2006.