Horacio Salgán conservó la pinta de las fotos de los discos que grabó hace rato: su porte distinguido, su bigote que es marca, su saco crema con mocasines al tono.
En su música se conserva, sobre todo, la capacidad de hacer del piano un vehículo para dotar al tango de una exquisita distinción, y de sus arreglos orquestales una marca de identidad.
Horacio Salgán anunció hace años su retiro de los escenarios, y no hubo nada, ni el pretexto del cumpleaños número 90, que lo hiciera cambiar de opinión. Y llegó a los 100.
Pregúntese a cualquier tanguero quién es Horacio Salgán: seguramente, no un simple mortal.
“Yo siempre he tocado el piano acá en casa, no dejé de tocar –aclara Salgán–. Lo que pasó fue que después de 75 años de trabajo, y de casi 94 de vida dije: me voy a tomar un descansito, me corresponde.
Los tangueros ya no esperaban volver a escucharlo en vivo, fue muy tajante al decir que se retiraba.
La vida mía, dice Salgán, ha estado siempre marcada por el exceso de trabajo, los compromisos, los viajes, las giras, escribir los arreglos, cumplir con los plazos...
Llegó a ser casi un estado enfermizo para mí. Y no fueron unos años, toda la vida fue así. Por eso llegó un momento en que necesariamente me quise tomar un descanso, ya era demasiado.
Y en este tiempo que no trabajó, ¿qué hizo? Me dediqué a escribir instrumentaciones para el Quinteto Real, hice unas cuantas para un disco y también unas cosas para orquesta sinfónica, para este querido amigo que es Daniel Barenboim
El tango es un misterio, una música tan rica que no se acaba nunca. Es sorprendente que una música popular tenga esa repercusión y esa jerarquía.
Le puedo dar un ejemplo que sintetiza la evolución que tuvo el tango: cuando era chico yo recuerdo que la gente hablaba del tango “El entrerriano” y decía… “es un tango de Rosendo”.
Con el pasar de los años me enteré de que el autor era Rosendo Mendizábal. ¿Y por qué no daba a conocer su apellido este señor? Porque era profesor de algunas niñas de familia, que si se hubieran enterado de que componía tango urgentemente lo hubieran despedido.
Han tocado tango los más grandes músicos del mundo, Artur Rubinstein, por ejemplo.
La sinfónica de Berlín hizo “A fuego lento” y se lo dedicó a Salgán en el día de su cumpleaños.
Lalo Schiffrin cuenta que cuando iba a la casa de Stravinski él le pedía que tocara música de Salgán.
“Le cuento esto no para hacer un autoelogio, sino para explicar adónde llegó el tango, habiendo surgido como una cuestión non sancta”.
Cuando el padre de Julio y Francisco De Caro, que era un italiano que tenía un conservatorio, se enteró de que sus hijos tocaban tango, los echó de la casa. ¡No sé cuánto tiempo estuvieron por ahí! No era ninguna pavada, era grave la cosa.
Yo tuve la suerte de que mis padres eran muy allegados a la música; tuve también la suerte de escuchar en el Colón grandes cantantes y pianistas.
Recuerdo que una vez me llevaron a escuchar a un hombre que recién llegaba a traer el folklore a Buenos Aires, Andrés Chazarreta. Actuaba en La Rural, con su conjunto, y acá en Buenos Aires casi nadie conocía la música del interior.
Y otra suerte fue que mis padres me inscribieron en el Conservatorio Municipal, donde tuve una gran maestra no de técnica pianística sino de interpretación. La técnica no es más que un adiestramiento manual: ponga la mano así, haga esto, haga lo otro.
Ahora, cuando eso se pone al servicio de la interpretación, de la belleza, de lo que el autor quiso decir, es otra cosa. Pero hasta que no se llegue a eso, el resto es un mero adiestramiento manual.
¿Usted mismo no se define como tanguero? Sí, puedo decirlo así: yo no soy un tanguero.
Tengo la suerte de poder ser en un momento dado un tanguero. Y claro, me he manifestado ante el público con el tango, más que con cualquier otra expresión. Le dije que para mí el tango es un género misterioso, ¿no?
El texto de este programa pertenece a Karina Micheletto, quien lo publicó en el diario Página 12 el 23 de Mayo de 2010, bajo el título Dos siglos con Horacio Salgán.
El disco escuchado pertenece a la serie Tango de Colección, que el diario Clarín (...) publicó en 2005.