Recorrió medio mundo, de Nueva York a Japón, y compuso durante todo ese tiempo músicas y canciones que fusionan la música del mundo con la de su Uruguay natal.
Porque Hugo fue uno de los Shakers, y –como los Beatles y los presidentes norteamericanos– nunca va a ser un ex, siempre va a seguir siéndolo.
Aunque a él no termine de gustarle la idea.
Fattoruso formó parte también de Opa, un grupo que prácticamente de la nada se ganó un lugar propio dentro de una liga musical que él mismo no duda en calificar como inalcanzable.
A partir de entonces, con una humildad aprendida a partir de ponerse al servicio de la música y nunca al revés, tocó junto a quienes le ofrecieron trabajo en este extremo del continente, desde Chico Buarque a Jaime Roos, pasando por Milton Nascimento, María Bethania, Fito Páez, Liliana Herrero, Luis Salinas y la lista de grandes nombres continúa.
Siempre a medio camino entre Brasil y el Río de la Plata, a partir de mediados de los ‘80 esa lista se completa con la tímida aparición de sus primeros discos solistas.
Es que mi inquietud por componer hace que aparezcan una cantidad de cosas que después tengo que transformar en un disco, porque si no... ¿para qué están ahí?”, casi se disculpa el Hugo, duende humilde del piano, juguetón y malhablado.
Más allá de sus incursiones por EEUU, Brasil y Argentina, también está Japón.
“Es el país más antiguo del mundo, pero también el más moderno”, asegura Hugo, que viajó por primera vez en 1985. Desde entonces ha regresado 14 veces, girando junto a Toninho Horta y Pedro Aznar.
Cuenta la leyenda que cuando los hermanos Fattorusso llegaron a Brooklyn y Hugo vio a Ringo tocar el piano, le pasó el bajo inmediatamente y él se sentó a las teclas. “Le dije: Agarrá el bajo, vos. Y aprendé, que nos morimos de hambre”.
El trabajo era sencillo: en ese lejano boliche de Long Island, tenían que tocar los éxitos del momento. “Carpenters, Steve Wonder, Beatles: los temas de la radio”, explica Hugo.
“Pero en la primera vuelta que tocábamos, que era temprano, y en la última, en la que, no había mucha gente, tocábamos más o menos lo nuestro. Y ahí se empezaron a anotar músicos”.
Así comenzó el mito de Opa, con el que conocieron a Airto Moreira, y terminaron grabando dos extraordinarios discos en los Estados Unidos, Magic time y Goldenwings.
5
Viajes en auto de costa a costa, shows en discotecas y casinos tocando esos temas de la radio, y un final de una pobreza casi terminal, de la que pudieron escapar gracias a un llamado providencial.
“Estaba viviendo en Atlanta y no tenía ni para pagar el alquiler. ¡Ni teléfono tenía! Y ahí me encontró, a través de un vecino, el productor Osvaldo Papaleo, que iba a traer a Milton Nascimento a tocar en Obras y me dijo que había preguntado y todo el mundo le decía que como soporte tenía que traer a Opa. Yo pensaba: esto es mentira”.
La increíble historia del final de ese primer capítulo norteamericano en la vida de Fattoruso continúa con un bizarro encuentro con Papaleo en un hotel en Atlanta y la promesa de un adelanto de 10 mil dólares
“¿Te parece bien?, me preguntó, y yo pensé que era broma. Le dije: no tengo ni para comer”.
Aquellos discos de Opa no sólo sirvieron para traer a los Fattoruso de regreso, sino que también funcionaron como carta de presentación para que Hugo pudiese irse a trabajar a Río, gracias a otra providencial invitación de músicos brasileños que conocían su obra.
El texto de este programa pertenece a Martin Perez, que fue publicado bajo el título" Fatto en casa", el Domingo 25 de Julio de 2010, en el suplemento Radar de Página 12.