Entonces, por qué “intemporal”?
Esperamos mucho tiempo este concierto. Ahora estamos en la sala; quedan pocos minutos.
Los músicos se aprestan. Silencio.
La primera nota pasa como una onda sobre el agua.
El tiempo ha desaparecido. Otro tiempo acaba de nacer.
La música se despliega y repliega en un mismo movimiento.
Sus notas y sus ritmos se suceden, desvaneciéndose.
Vivimos la música existencialmente como un presente en el que se actualizan el pasado ya dado y el futuro posible.
Cada nota, cada acorde, cada ritmo deben su naturaleza y su eficacia a lo que los ha precedido.
Es nuestra percepción la que advierte allí una continuidad o una ruptura.
Este presente que le permite a la melodía tener un espesor, sin anular el contraste entre pasado y futuro, es lo que más se parece a una “miniatura de eternidad”.
Con frecuencia se piensa que en la recepción de la música hay únicamente un contagio afectivo.
Pero es hora de saber que el Ser de la Música es contradictorio.
El oyente no busca un islote de felicidad ni teme un momento de sufrimiento.
Más bien se mantiene en el límite de una simultaneidad sin duración: la promesa de una armonía imposible de plenitud y deseo.
La música cumple y comunica algo imposible, a través de una paradoja que se encarna en los sonidos.
Moviliza al cuerpo, a los sentimientos y al pensamiento.
El ruido de un arroyo o de la lluvia, o el canto de los pájaros no son música, sino la pro,esa de un estado no humano.
Nuestra música es un canto y una danza que parece responder a la difusa necesidad de un mundo en el que todo es mortal, pero que solamente algunos lo saben.
Ernest Ansermet, en su obra “Los fundamentos de la música en la conciencia humana”, recordaba que suele hablarse de la objetividad de Bach.
Pero Ansermet decía que, si existe una música verdaderamente subjetiva, es precisamente la de Bach.
Las reglas a las que el compositor se somete, las crea por su libertad, o las recrea al desarollar su estructura interna.
De esa libertad proviene la incomparable diversidad de la música occidental: no por voluntad sino por necesidad.
Diana Baroni, instrumentista y cantante, aparece regularmente en los festivales más prestigiosos tanto de la escena de la música antigua como de la música del mundo.
Nacida en Rosario, Argentina, comienza su carrera profesional entre 1987 y 1994, especializándose en el repertorio contemporáneo, en el marco de su las producciones del Centro de Experimentación del Teatro Colon dirigido por Gerardo Gandini.
En 1995, con el apoyo de la Fundacion Teatro Colon, se traslada a Europa para dedicarse al estudio de la música antigua en la Schola Cantorum Basiliensis de Suiza.
Más tarde, en el Sweelink Conservatorium de Amsterdam, Holanda, realiza estudios de postgrado hasta 1999.
Junto a Pablo Valetti y Céline Frisch forman el ensemble Cafe Zimmermann, con el cual graba regularmente para el sello Alpha-Productions.
Durante varios años, se dedica al estudio y la ejecución en concierto de la versión integral de las sonatas para flauta o violín de Johannes Mattheson, junto a Dirk Boerner y Pablo Valetti.
En Amsterdam entra en contacto con el arpista paraguayo Lincoln Almada, quien la invita a formar parte de su grupo. Gracias a esta experiencia, nace su pasión por la música afro-peruana.
Graba junto a Sapukai el álbum Son de los Diablos en 2003 para la colección Les Chants de la Terre.
Es en el marco de una residencia artística del Espacio Infoculture Huesca, España, durante enero del 2005, que tiene la oportunidad de continuar con sus exploraciones en el campo de la música tradicional.
Crea entonces su nueva formación : Diana Baroni Trio.
Un segundo trabajo discográfico se ve reflejado en Nuevos Cantares del Perú editado por el sello rosarino Blue Art Records.
En 2008, el trio visiona un nuevo álbum, Flor de Verano, con músicos invitados, entre ellos, el nigeriano Tunde Jegede.
Con el prestigioso cuarteto inglés Brodsky Quartet ha establecido una colaboración artística, con el propósito de revisitar el repertorio legado por la herencia musical de las colonias en América Latina.
El texto de este programa pertenece al libro “Tiempo y música” de la escritora suiza Jeanne Hersch, de 1990.
Su curiosidad la lleva a explorar otros horizontes, inspirada por la música tradicional y el canto.
Funda así su propio ensamble del que nacen numerosos discos, revivificando el repertorio de América Latina, proyectos que afirman su sensualidad, su dinamismo y su creatividad.
En este marco, colabora regularmente con artistas inclasificables como el Brodsky Quartet, Alter Quintet o Tunde Jegede, provocando lazos entre las músicas de vanguardia y el folklore afro-amerindiano.
En búsqueda constante de nuevos mestizajes, Diana Baroni no se deja intimidar por ninguna frontera en una exploración de los tesoros y posibles límites de la música, como un viajero errante.
El disco que escuchamos hoy fue “Sonatas para flauta” de Johann Sebastian Bach, grabado por la intérprete argentina Diana Baroni en flauta, Derek Boerner en clave, y Sara von Cornewall en flauta.
Este disco fue grabado en 2010, en la Capilla de Chartreux de Lyon, Francia.