Nuestra identidad, nuestra colombianidad, se refleja en cosas cotidianas, simples y sentimentales: la comida, el paisaje, la música. Somos una suma de muchos fragmentos, relatos del ser nacional. Algunos piensan que desde esas fragilidades del reconocimiento no es posible conformar un relato de identidad que dé cuenta de nuestra nación; más aún cuando tenemos una historia de exclusión que poco nos une como pueblo, unos símbolos anacrónicos que ya no nos representan y un futuro lleno de incertidumbre, sobre el que no existe un proyecto común. Sin embargo, otros consideran que es en la misma diversidad geográfica, étnica, regional, política y cultural de nuestro país, donde reside nuestra riqueza. Que debemos dejar de hablar de identidad, para hablar de identidades. Que el no tener un relato común y unificado, antes que una desventaja es una ventaja, y que es esa mezcla o hibridación que somos, el principio sobre el cual debemos construir nuestra colombianidad. ¿Existe o no la identidad colombiana? Estamos lejos de resolver esa pregunta. Pero algo si nos queda claro y es que hoy la colombianidad parte del reconocimiento de nuestra diversidad, pero debe ir más allá, enfocarse en la construcción cultural de la convivencia y de un proyecto de nación incluyente de todos los colombianos.