Efesios 6,20
Cristo nos envía al mundo (1), como ovejas en medio de lobos (2), para ayudar a los más pequeños/humildes (3), para buscar justicia sin descanso (4), para anunciar su reino (5). En este envío no estamos solos, él está con nosotros hasta el fin de los días (6), y nos ha enviado el Espíritu Santo, que es nuestro defensor y consuelo (7). Pero el seguimiento conlleva la posibilidad de terminar preso, perseguido, exiliado e incluso despojado de la propia vida. ¿O acaso anunciar el reino de Dios y su justicia podría tener otra respuesta que no sea el rechazo de los poderosos que siembran muerte y acumulan riquezas manchadas con sangre y sudor ajenos?
En muchos lugares escuchamos versiones suavizadas del Evangelio, limitadas a un romanticismo naif que pone toda su atención en lo superficial, en una lectura literal, que perpetúa la injusticia y nada tiene que ver con el Reino que hemos sido enviados a anunciar.
Otros vociferan catástrofes, condenan a diestra y siniestra jugando con la culpa de sus interlocutores e imparten manuales de moral que ni ellos mismos pueden sostener… desde su pobre regla de méritos, condenan con arrogancia a todos los pobres/humildes/pequeños que se caen cada día del sistema socioeconómico que ellos aplauden y sostienen.
Jesús visitaría a los presos y a los moribundos, marcharía con los trabajadores en las calles, alimentaría a los pibes en los comedores… seguramente, Jesús volvería a ser condenado.
1 (Juan 17,18); 2 (Mateo 10,16-ss); 3 (Mateo 25,31-46); 4 (Mateo 5); 5 (Lucas 9); 6 (Mateo 28,19-20); 7 (Juan 14,15-ss)
Peter Rochón
Efesios 6,18-24