Juan 12,13
Hacía rato que querían que Jesús fuera rey. Lo habían intentado por la fuerza después de que había alimentado a unos cinco mil hombres (sin contar mujeres ni niños) con cinco panes de cebada y dos pescados aportados por un niño. Pero Jesús, al darse cuenta de lo que querían hacer, se había retirado a lo alto de un cerro, para estar solo (Juan 6,15). La increíble noticia de que Jesús había resucitado a Lázaro había reavivado el deseo de hacerlo rey. El hambre, la miseria y las muertes que provocaban los opresores romanos y sus colaboracionistas locales tenían que acabarse. Jesús podría hacerlo. Jesús podría salvarlos y volver a hacerlos prosperar. Y esta vez no parecía resistirse. Jesús sabía que los fariseos y los jefes de los sacerdotes querían matarlo y que habían dado la orden de que, si alguien sabía dónde estaba, lo dijera, para poder arrestarlo (Juan 11,57), pero no se había quedado escondido. Estaba por llegar a Jerusalén, y la gente cortó hojas de palmera para salir a recibirlo.
Como sabemos, Jesús no cumplió con las expectativas de la gente. Y quizás algunas de las mismas personas que lo aclamaron como rey cuando entró en Jerusalén, pocos días después pidieron que fuera crucificado.
No obstante, lo que quiero proponer es que nos detengamos en el entusiasmo que ese día tenía la gente: ¿Cuándo fue la última vez que te embargó un entusiasmo parecido? ¿Qué crees que Jesús puede hacer por vos hoy? ¿Qué crees que Jesús espera de vos?
Andrés Roberto Albertsen
Juan 12,12-19