Juan 1,17
Nunca Jesús opuso la ley al Evangelio. Al contrario, remarcó que su propósito no era suprimir la ley sino darle su verdadero significado. Su lucha con los fariseos y maestros de la ley no fue por el cumplimiento de la ley sino por las interpretaciones de ese cumplimiento: diezmáis la menta, el eneldo y el comino y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe (Mateo 23,23). El amor es otra vuelta de tuerca que a veces hasta nos provoca dificultades de comprensión. Pero el amor es lo que da verdadero sentido a la ley.
Podemos entender la justicia retributiva que de acuerdo a la ley da a cada uno lo que se merece, pero nos causa dificultades entender la bondad de quien da sin que quien recibe lo merezca, da por el solo hecho de dar, porque lo mueve el amor. Aquel dueño de la viña de la parábola (Mateo 20,1-16), que pagó a todos los obreros el jornal del día a pesar de que algunos habían trabajado sólo una hora; fue justo con los primeros y fue amoroso con los segundos, a quienes dio por su sola voluntad movida por el amor. No tenía obligación legal y hasta diría que ni obligación ética de hacerlo. Pero nos cuesta entenderlo porque la cabeza se nos queda en la letra de la ley.
El castigo a quien ha cometido una falta es un acto de justicia. El perdón es un acto de amor. Y no se oponen. El amor es un salto que cambia las coordenadas de nuestras relaciones humanas. El amor nos habilita al perdón y a sentirnos perdonados. Éste es el comienzo de una vida nueva.
Oscar Geymonat
Juan 1,14-18