A los vendedores de palomas les dijo:
– ¡Sacad eso de aquí! ¡No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre!
Juan 2,16
Hoy, para muchos cristianos católicos, es el “día de los reyes magos”, que traen regalos. Por su parte, en las iglesias ortodoxas festejan el nacimiento de Jesús. Las iglesias protestantes acostumbran llamar el 6 de enero “Epifanía”, por la aparición de la estrella, que significa que apareció la luz de Dios con la venida de Jesús.
La lectura bíblica de hoy nos lleva a otra fiesta que no tiene nada que ver con esa fecha. Los judíos querían festejar la liberación de la esclavitud de Egipto en el templo de Jerusalén. Cuando Jesús llegó al templo no vio oportuno el ambiente para esa fiesta. Los comerciantes tenían todo armado para que la gente pueda comprar animales para las ofrendas. Palomas, becerros o corderos estaban en jaulas o atados. Otros tenían mesas con cajas de dinero para cambiar a la moneda del templo.
Jesús, muy furioso por el comercio que encontró en el templo, echó fuera a todos. La casa de su Padre debe ser una casa de oración y no de negocios. El comercio depende del poder del dinero; la oración confía en el poder de Dios.
Relacionado con la promesa de Jesús: ustedes verán el cielo abierto, esta actitud abre la brecha para comunicarse con Dios directamente. No mediante costosos sacrificios, ni por mediación de sacerdotes. Fuera con todo lo que impide la relación con Dios y la comunidad de los fieles. Uno mismo siente lo que le hace difícil o impide acercarse a Dios en oración.
Jesús relaciona su cuerpo con el templo. Destruyan todo y en tres días se reconstruirá. Por eso nuestro cuerpo, nuestro ser, es morada de Dios que vive y refleja la gracia, bondad y amor de Dios. Tal vez pedimos a Jesús que limpie nuestro interior como lo hizo con el templo en Jerusalén.
Crea en mí, oh Dios, un limpio corazón, renueva un espíritu recto dentro de mí. (Canto y Fe Nº 429)
Günter Kreher
Juan 2,13-25