Amós 4,4-5
Se puede ser muy religioso - sin Dios. Esta es una amarga lección que nos enseña Amós. La religión se la puede vivir con fiestas espléndidas, pompas y ritos sofisticados, dogmas bien pensados y en lugares con mucha historia. La religión se puede convertir en un escudo eficaz contra el llamado de Dios. El rey Jeroboan, quiso impedir que la gente siga peregrinando a Jerusalén. Una, porque no quería que el dinero de los peregrinos saliera del país y beneficiara al templo de Jerusalén, y otra, porque no quería que sus súbditos tuvieran contacto con otros pensamientos. Era un ferviente nacionalista, y tomó una decisión muy popular: declaró dos aldeas como santuarios para los habitantes del reino del norte: Betel y Guilgal, lugares emblemáticos en la historia del pueblo, que remiten a profundas experiencias con Dios. Pero esa historia fue deformada en meros recuerdos románticos; Betel y Guilgal ya no eran memoria viva de encuentro y re encuentro con Dios. Allí el rey colocó becerros de oro. Decía que esos becerros no son Dios, sino una especie de pedestal para sus pies. Pero la gente no hizo esos jueguitos intelectuales de separar los becerros visibles del Dios invisible. Y pasó lo que tuvo que pasar: lo que se adoraba era el becerro. Todos creían que adoraban al verdadero Dios. Y estaban adorando otra cosa. En eso depositaban su fe y vivían esa fe en el día a día: en actos de ostentación, egoísmo, explotación, desigualdad e injusticias. El nacionalismo, mas el apego a una historia falsificada mas la devoción al dinero es una mezcla explosiva. Según Amós es pecado, rebeldía – idolatría. Nadie piense que esto está superado en nuestro mundo. Ni siquiera en la iglesia cristiana. Amarga lección la que nos enseña Amós.
Karin Krug
Amós 4,1-13