Juan Flores había llegado a Tarapoto buscando una cura a su mal, unos días atrás comenzó a sentir miedo porque se le aparecía un rostro repetidas veces en las personas que veía, al principio eran extraños que pasaban por la calle y pensó que era una ilusión producto del cansancio, así que fue a los médicos de Lima, y le recetaron medicamentos para tranquilizarse. Pasaron tres días sin incidentes, pero al cuarto, cuando vio que su mejor amigo cambiaba su expresión por el de una especie de fantasma hecho de humo, perdió toda esperanza en la medicina tradicional, y aconsejado por un amigo, tomó el primer avión en busca de los legendarios curanderos de la selva.
- Disculpe, ¿es usted Clarisa Tangoa, la icaradora?
- Sí. Pase, por favor.
El lugar era muy amplio y ordenado, con la luz del sol que se filtraba por las ventanas sin vidrios. El calor hacía sudar hasta a la madera del suelo y las paredes.
- ¿De Lima vienes?
- Sí. Es que tengo un grave problema.
- ¿Qué te ocurre?
- Tengo miedo de todo, antes era solamente de un rostro que se me aparecía, pero cada vez más ha ido aumentando en frecuencia, ahora tengo miedo hasta de salir a la calle, de abrir una puerta, de verme al espejo.
La curandera levantó una ceja, sonrió y miró hacia afuera.
- Me parece que tienes payanai fuerte.
- ¿Payanai?
- Payanai es para nosotros, los chayawitas, el manchari, el susto, porque te has quedado sin alma. Ahora eres sólo cuerpo, caminas, comes, pero sientes como si te faltara algo. Y ese vacío es llenado por los seres de las sombras. Alguien te ha robado el alma y la ha tirado al río, pero no a un río grande ni mucho menos al río Dios, sino a una lagunita, a una cocha chiquitita.
- ¡Qué horrible! ¿Quedaré sano, Clarisa?
- Yo te recupero el alma, pero tus faltas a lo largo de la vida las conoces y las arreglas tú solo. Ahora quédate sentado, tengo que cantar.
Entonces, Clarisa cantó con una voz minúscula, que entró en su cuerpo pidiendo permiso. Los cantos curativos amazónicos son los ícaros humanos, que los males oyen y aborrecen hasta escapar al inframundo. El ícaro hace huir el mal cuando sale de la boca del icarador. Clarisa le icaraba el pecho y se concentraba para encontrar y hallar el ave mágica que iba a volar a la cocha a recuperar su alma perdida.
- Fuera, payanai manchari –decía ella, cantando-. Vengan, aves del bosque, vengan. Busquen el alma de nuestro amigo para devolverla a su cuerpo.
En la profundidad de la selva, un ave menuda se perdía en el cielo buscando comida. De pico largo, ligeramente cabezón y con plumaje encendido, era el famoso Martín pescador amazónico, llamado Sasarun, en lengua chayawita.
- Juanito sin huayancui, sin alma, estoy llamando al Sasarun pescador, que con sus alitas y su pico que no falla llega del cielo a este mundo a devolvernos tu alma. Hola, Sasarun, qué bien que hayas venido a esta casa. Cierra los ojos, Juan. ¿Lo ves?
- A ver. Creo que sí. Es de plumas castañas y cara de pocos amigos.
- ¡Puedes verlo! Eres un privilegiado. Sí pues. Es que últimamente muchos mancharis está resolviendo el pobre, mucho lo estamos fastidiando.
El ave diminuta subió y bajó varias veces, mirando siempre el río.
- ¿Cómo? ¿Otra vez? Te dije que no me molestaras hasta el fin de semana. Quiero comer peces, no almas.
- Lo sé, Sasarun, pero es un caso especial. Viene de Lima.
El Martín pescador dio un suspiro. Durante quince días había sacado sólo almas simples y aburridas, y ahora, por alguna extraña razón, comenzó a sospechar que quizás esta en especial fuera lo que estaba buscando.
- Está bien. Por esta vez te paso. Pero si se trata de lo que tú ya sabes, has lo imposible por que se convierta.
- Está bien.
- ¿Estoy bien? ¡Qué bueno! ¿Tengo cura?
- Ya lo creo.
- ¿Qué es ese canto?
- Es para buscarte el miedo, y sacarlo.
- ¡No me diga! He leído algo del tema. ¿Eso es icarar?
- Sí.
- ¿No será como la leyenda de Ícaro?
- ¿Leyenda de Ícaro? No sé nada de eso.
- Ícaro es un personaje griego con alas, que voló muy alto, sobre un laberinto.
- No, en este caso, es un ave mágica que va a quitarte el miedo.
- ¿El Sasarun, no? Martín pescador.
- Así es.
- Desde los cielos, Clarisa oyó la voz de su amigo:
- ¿No te dije? ¡Es un hombre culto! Conoce de leyendas.
- El hombre volvió al ataque, como la lluvia en la selva.
- ¿Y cuánto durará ese canto?
- Depende de tu necesidad.
- ¿Y qué idioma es ese?
- Se llama chayawita.
- ¿Y por qué cantas tan bajito?
- ¡Cállate y estate quieto!
- ¿Me dices a mí? Oye, si dejo de volar me caigo. ¡Estoy sobre el Amazonas!
- Ya, disculpe, me quedo quieto.
- Eso espero.
- El Martín pescador sonrió, mientras sobrevolaba la espesura de la selva, guiado por el canto de la icaradora. Dejó el río Dios, y comenzó a buscar en sus afluentes, más arriba.
Clarisa, cuando se enteró a dónde iba el Sasarun, se quedó sorprendida.
- En Yurimaguas está tu alma. ¿Tan lejos te han botado?