El recorrido del bandoneonista Dino Saluzzi ha sido largo e imprevisible.
Como para que él mismo piense a veces que todo le sucedió a otro. El itinerario de Saluzzi en Europa podría bautizarse “un salteño en el reino de Manfred Aicher”.
Aicher , el inventor del sello alemán ECM, edificó el prestigio internacional de Egberto Gismonti y del músico que nos ocupa hoy: Dino Saluzzi.
Después de una carrera local tan brillante como heterodoxa, Saluzzi comenzó a viajar por Europa y Japón. Antes, en la Argentina, había tocado en Cosquín en 1979, cuando irrumpió en el panorama del nuevo folclore.
Y antes de eso, había integrado la mítica orquesta de Alfredo Gobbi, donde aprendió a tocar tango. En los 70, grabó varios discos que con el tiempo se hicieron inhallables: Vivencias fue uno de ellos.
El cineasta francés Jean Luc Godard usó música suya para la película Nouvelle vague.
Mientras, Saluzzi tocaba y grababa como solista o junto a músicos de jazz de la importancia del contrabajista Charlie Haden, o los trompetistas Palle Mikkelborg y Enrico Rava.
Músico inclasificable y sorprendente, hoy Saluzzi es una de las figuras más importantes de la música.
La primera vez que Saluzzi tocó en Europa lo hizo en la orquesta de George Grunz. Al ver que en un momento todos paraban de tocar, Saluzzi también se detuvo. No sabía que ese silencio colectivo estaba destinado ni más ni menos que a su improvisación en el bandoneón. Claro, el tipo ni gota de inglés.
Desde ese momento, y desde su álbum fundante “Kultrum”, editado en 1982 por ECM, se sucedieron más de una docena de discos propios.
Mojotoro, Cité de la musique, Responsorium, Volver, Juan Condorí o Navidad de los Andes, Senderos y Ojos Negros. Siempre cambiando fórmulas, nunca repitiéndolas.
Lo que Saluzzi cuenta fluye como un río de montaña, y lo lleva de un tema a otro. De sus comienzos en el folclore, de su aprendizaje, ya en Buenos Aires, en la orquesta de Gobbi; de Europa, de la composición, y del tema que lo obsesiona.
Dice que la música no existe sin la interpretación, que ésta genera una cosa que, si no se mueve, la obra queda fija, petrificada. La obra debe moverse, acercarse a lo humano.
La interpretación perfecta, a veces, se convierte en el enemigo de la obra. Porque no permite nuevas interpretaciones, porque la deja inmóvil.
En las músicas artísticas de tradición popular, la interpretación es la que construye la obra. Uno no puede tomar sólo la obra de arte: hay que tomarla con tu contexto histórico, estilístico y propio del compositor.
Esa obra es parte de esa vida y no de otra, y el intérprete debe entrar en esa vida para que la obra suene.
Nacido en Ingenio San Isidro, en Campo Santo, Salta, hace más de 75 años; hijo de un músico, Cayetano Saluzzi, el bandoneonista es uno de los músicos más inclasificables de la escena actual.
Estrella del jazz en Europa, sin hacer jazz ni ser europeo. En su música prima el gesto, esa manera de improvisar dejándose llevar por la propia belleza del sonido más que por la forma…
…partiendo de materiales que pueden venir del folclore rural argentino, del tango, o de ninguna parte en especial.
Saluzzi, que valora la originalidad y la creación, pregunta, casi para sí mismo: ¿Qué es el Colón? Un lugar donde han pasado grandes artistas, pero no ha producido un arte propio. Falta algo.
Y suscribe una definición del musicólogo uruguayo Coriún Aharonian: la cultura de un pueblo no es la que consume, sino la que produce.
Hoy, en LPMR, escuchamos música de Dino Saluzzi, perteneciente al álbum “En vivo en Berlín 1984” con bandoneón solista, con 6 composiciones : Tango y bandoneón, El río y el abuelo, Patricia, Tango del regreso, A Susana, mi Madre, y También en otoño.
Los comentarios del programa pertenecen a Diego Fischerman, de un par de artículos publicados en el suplemento Radar de Página12 hace unos años.