Uno tiene la estatura de Felipe, mi hijo de cinco años. El otro ya es más bien como Rafita, que tiene ocho. Hay varios más.
Están apiñaditos, como jugando a la escondida o como si acabaran de robarle fruta a la vecina.
No son tan bravos, créame. Los chicos chiquitos como Rafita, Felipe o todos ellos, solamente se puede decir que vienen muy descosedores de pantalón y medio sordos cuando uno los convida con un baño. Apenas así son los de casa, los del Líbano, Bolivia... ¡lo mismo en todas partes con estos pibes!
Por ser chiquitos son dos cosas juntas: lo que es y lo que viene. Es decir, son los que ahora descosen pantalones jugando a la bolita y también son los que con sus preguntas le dan cuerda al mundo.
Es buenísimo reírse con ellos.
Si uno hace silencio, puede escuchar el ruido que meten cuando crecen. Eso sí, nunca pero nunca hay que tirarles con misiles, porque se mueren. Y ahí sí que nos quedamos sin ruidos, ni futuro.
El más chiquito de los terroristas asesinados, quedó con la manito así. Una manera singular que tienen los chicos de esa edad para acompañar una pregunta.
Ahora habla el papá, dice que él no pertenece al Hizbollah, que hasta ahora sólo simpatizó con ellos pero que en este momento, está listo para serlo.
Cuando éramos chicos, si te sacaban la madre eso era un límite, ¡con la vieja no te metás!, saltábamos enseguida aunque a nuestra mamá, en realidad, la hiciéramos renegar todo el tiempo. Eso pasaba en mi barrio y creo en todas partes. Después, uno se pone grande, tiene hijos, (yo tengo seis) y entiende que nuestra mamá, en realidad, sabe defenderse sola, (solamente que se hace la mimosa) y que con los que no hay que meterse es con los chicos.
En un mundo sano, los grandes debemos cuidar a los chicos. Todos los grandes a todos los chicos.
¿Qué diferencia tiene usted o yo, con el papá de los pibes que murieron con una pregunta en la mano?
Se metieron con los chicos y ese papá ahora está listo para hacerse terrorista, pero en serio. Yo también tengo ganas, qué quiere que le diga. Y no se vaya a pensar que soy muy valiente o camorrero, solamente que el ruido que mete el silencio de esos niños muertos se parece mucho a una pregunta, como la que hacen sus manitos. Pregunta que a ellos no podemos responder pero que sí debemos responder. Nosotros. Los demás. Los que lo vemos por televisión. Contemporáneos de este tiempo vergonzoso en que en nombre de papeles o el dinero, los poderosos chumban muerte con sus palos de golf y los demás nos hacemos a un ladito para que pasen los perros.
Hasta que podamos decir basta, o hasta que nos tiren los perros a nosotros.
El texto es del poeta y escritor argentino Rafael Urretabizcaya.
La lectura, de Jorge Gorostiza.