Hebreos 12,12
En la calma de un día sábado me siento a escribir finalizando una semana bastante peculiar.
Inundaciones en varias provincias de nuestro país. Un camionero alcoholizado atropella y mata a una persona en un piquete*. Soy profesor de secundaria, y por estos días en nuestra provincia de Buenos Aires estamos viviendo un conflicto docente, que parece no tener fin. El miércoles asistí a una reunión convocada por los gremios, para informar sobre la marcha de las negociaciones. Gritos, agresiones verbales, no se escucha al otro, en fin, caos generalizado.
Desde hace años me involucro en los reclamos docentes, pero ese día, lejos de enojarme, me decepcioné. Cuando uno se enoja, lucha; pero la decepción, achata, desmoraliza, deprime.
El jueves no tenía ganas de ir a trabajar, pero fui, tal vez con la intención de “ir a hacer la plancha”, como lamentablemente tanto se ve en este ámbito. Pero algo pasó ese día y con más fuerza, el viernes.
Los alumnos aceptaron amablemente las propuestas de actividades, se preocuparon, preguntaron y por sobre todo pusieron ganas en lo que hacían. Por supuesto yo sentí que se me renovaban las fuerzas de mis manos cansadas y de mis rodillas debilitadas.
Por eso amo tanto mi profesión, porque en ésta, como en tantas otras oportunidades, el Señor se vale de los que me rodean para levantarme y poder ofrecer mis dones de la mejor manera posible.
Pero claro, nuestro cuerpo, corazón y mente tienen que estar dispuestos a recibir esta cordial ayuda de Dios.
Querido hermano, ¿está usted dispuesto a recibir tamaña bendición?
Alejandro Faber
Hebreos 12,12-17
* En Argentina, protesta callejera.