Efesios 4,32
“Vivir como hijos e hijas de la luz”, es el planteo del apóstol en este párrafo. En realidad, es el contenido de toda la carta. Y sí, si me fijo en los detalles me siento cada vez más pequeño,y muchas de las actitudes que aparecen en este catálogo, me cuestan. No es que falte buena voluntad o buenas intensiones, es que la cruda realidad, la del mundo y la mía, se presentan como obstáculos en el camino. Y ahí está también el “ego”, el yo, el orgullo, el entorno familiar, social, cultural que te condiciona. Pienso que Pablo sabe de todo esto, porque con cada actitud que menciona mete el dedo en la llaga. Y si soy sincero he de reconocer que tiene razón en todo. Si sólo me fijo en el versículo 26… no dejen que el sol se ponga estando aún enojados. Cuántas veces sufrimos porque nos cuesta tanto reconciliarnos, nos acostamos enojados, pasan los días, las semanas, sin que encontremos la palabra que podría cambiarlo todo, traer alivio, paz.
Ahí está el hijo peleado con el padre, por “nada”, no se hablan, el contacto está cortado. Hasta que el padre muere de un infarto, lejos, durante unas vacaciones. Ahora el hijo se siente mal, “no aproveché las tantas oportunidades que hemos tenido para reconciliarnos…”
¿Cómo es eso de vivir como hijos e hijas de la luz? Creo que es un proceso, es tomar conciencia de la realidad de nuestra fe. Es detenerse, levantar la mirada hacia la cruz y empezar a entender, sentir que “está todo hecho ya”, la muerte de Cristo en una cruz, el “por qué” ha de tener algunas consecuencias en mi vida cotidiana: tal vez me sienta más liberado de todos estos condicionamientos que obstaculizan mis relaciones con el prójimo. Si él me ha perdonado, ¿qué me impide hacer lo mismo?
Reiner Kalmbach
Efesios 4,25-32