Malaquías 3,10
En muchas iglesias las comisiones tienen que dedicar muchas horas a los aspectos económicos de la institución. Su preocupación central suele ser cómo conseguir dinero para pagar los gastos. Presidentes, secretarios, tesoreros suelen lamentar este hecho y afirmar que preferirían dedicarse a temas como la profundización de la fe, la misión, el fortalecimiento de la comunidad, el servicio al prójimo etcétera. Pero ahí está la tiranía de los números en rojo, que no conocen perdón cuando llega el fin de mes y hay que pagar todas las cuentas: honorario o sueldo pastoral, gastos corrientes de la institución, vehículo, mantenimiento de edificios, aportes a la caja central de la iglesia y tantos rubros más.
En las iglesias provenientes de la Reforma, pertenecientes al llamado Protestantismo histórico, se han aplicado diversas modalidades para cubrir los gastos que demanda la misión de la Iglesia: cuotas sociales, aportes, contribuciones, ofrendas, colectas, fiestas de beneficio, rifas, legados, inversiones con réditos, entre otros. Muchos sienten que el sistema “clásico” de una cuota social coloca a la iglesia a la altura de un club y, además, suele ser injusto por las grandes desigualdades imperantes en la membresía.
El problema económico es un bajo continuo, pero disonante, en todos los informes de las comunidades. Se han hecho muchas propuestas y numerosos intentos para solucionarlo, pero los éxitos son bastante relativos.
En perspectiva bíblica, la colaboración en tiempo, esfuerzo y dinero con la obra de la Iglesia es una responsabilidad de todos los fieles que se ha de asumir no por obligación sino en agradecimiento por lo que Dios hizo y hace por nosotros. Si bien muchos asumen esto, las discusiones se enardecen cuando se trata del monto de esa contribución.
¿No sería posible instalar una reflexión profunda en todas las comunidades sobre la posibilidad de un diezmo voluntario? Pongo gran énfasis en el carácter voluntario de esta medida, sin ningún tipo de legalismo ni control autoritario.
Estoy convencido de que asumir esta práctica de manera voluntaria solucionaría de un solo golpe todos los problemas económicos de nuestras iglesias. Hay hermosas experiencias que así lo confirman.
René Krüger Malaquías 2,17–3,12