Juan 21,17
Pedro había negado a Jesús. Esa traición le carcomía el alma. Había llorado. Quizá, el vínculo más grande y más fuerte que tuvo en su vida lo echó a perder por miedo.
¿Quiere decir esto que no sirvió de nada lo que Pedro aprendió de Jesús?
No creo que tenga que ver con eso, sino más bien con el miedo de jugársela.
Pedro, un personaje interesante: efusivo, compulsivo, pero miedoso. ¿Miedoso? - ¡Sacó la espada para defender a Jesús en el Getsemaní!
Ahora… es el que tiene, de boca de Jesús, la tarea de cuidar de las ovejas.
Primero experimenta que Jesús no le tiene rencor por la traición. Jesús lo entendió. Entendió que era parte de lo que tenía que suceder. Jesús todavía confía en él, y no sólo eso, sino que es a él a quien le da un encargo tan grande como el de cuidar las ovejas que, obviamente, se refiere a su iglesia.
Jesús nos conoce y sabe cómo somos. Sabe que somos inestables. Él nos perdona y nos pregunta una y otra vez si lo amamos.
También a mí me das, Señor, el mandato de “cuidar a tus ovejas”. Cuidar significa preocuparse por aquello que se le confía a uno. ¿Cómo las cuido? ¿Me preocupo por las ovejas de tu rebaño? ¿Estoy atento a sus necesidades? ¿Yo también te traiciono?
Si es así, Señor, te pido perdón… perdón, porque soy débil. Que muchas veces en lugar de preocuparme por cuidar de las ovejas que tú me encargaste cuidar, me preocupo por mí mismo y mis comodidades.
Muchas veces pongo en primer lugar mis propósitos y no los tuyos.
Por todo eso te pido perdón, Señor. Y te pido que, así como le diste a Pedro una segunda oportunidad, me puedas dar también a mí una segunda oportunidad, y si es necesario, setenta veces siete.
Dame más fe, Señor Jesús, dame más fe… ayúdame para que pueda cumplir mi misión de cuidar de tus ovejas, Amén.
Pablo Münter
Juan 21,15-19