Amós 3,2
La de Amós fue una época de prosperidad para el reino. El comercio con otros países enriqueció al estado. Israel recobró el esplendor de los días de David y logró recuperar territorios que había perdido. Todo esto despertó en el pueblo enormes entusiasmos.
Todo bien entonces. ¿O no? Es la historia de siempre. Se incrementa el bienestar material de unos y al mismo tiempo crece la desigualdad entre los diversos estratos sociales. A causa de la opresión y la corrupción de la justicia, la vida religiosa, externamente espléndida, perdió su autenticidad y su devoción sincera. Me imagino que cuando escucharon a Amós anunciando castigo divino a las naciones vecinas, eso les habrá gustado enormemente. Y la primera parte del versículo arriba citado habrá tenido su absoluta aceptación: Sólo a ustedes he escogido de entre todos los pueblos de la tierra. Pero ahí viene lo inesperado: Por eso habré de pedirles cuentas de todas las maldades que han cometido.
Al pueblo se le había dado un gran privilegio, una oportunidad que no habían tenido otros. No podemos medir con la misma vara a una persona que hizo algo malo por ignorancia y porque jamás tuvo la oportunidad de aprender otra cosa con alguien que tuvo todas las oportunidades para distinguir el bien del mal. Si ésta hace algo malo tiene mayor grado de responsabilidad. No condenamos en un niño lo que condenaríamos en un adulto. Cuanto mayores son los privilegios, mayores son nuestras responsabilidades, más estricta será la vara que se aplica. También a nosotros se nos va a medir con otra medida que quienes no tuvieron el privilegio de criarse en una comunidad cristiana. Desde chicos pudimos escuchar la voz del Señor. ¡Qué privilegio! ¡Qué responsabilidad!
Karin Krug
Amós 3,1-2.9-15